Desde que se inició la verdadera Iglesia de Cristo (que es espiritual) –según leemos en el libro bíblico de Hechos capítulo 2–, con el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, hasta la llegada de Constantino –unos 300 años después, para instaurar la Iglesia «oficial» del Imperio–, el cristianismo fue duramente perseguido. Era tal la persecución que vivieron por generaciones que, cuando Constantino oficializó el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, la persecución cesó y muchos cristianos consideraron eso como una maldición, ya que, según ellos, si la Iglesia dejaba de ser perseguida, se aburguesaría.
Como consecuencia, millones de cristianos de aquella época no siguieron los preceptos de la nueva Iglesia oficial instituida por el Imperio, y decidieron seguir viviendo, al margen de ese nuevo sistema, un cristianismo puro y sencillo que, de seguro, seguiría siendo perseguido. Esta vez, ya no solamente por el poder político imperial sino que, en pocas décadas más, por el mismo incipiente poder religioso que se estaba gestando.
¡Cómo cambiaron las cosas en todos estos siglos! Ahora todo está tan empañado por el secularismo, hedonismo, relativismo y otras corrientes de pensamiento posmoderno que muy difícilmente podríamos ver o entender lo que realmente significaba el cristianismo para aquella Iglesia Primitiva. Ellos no tuvieron oportunidad de desarrollarse normalmente en esta vida, en cuanto a una proyección profesional o personal, ya que no tenían oportunidad por toda la injusticia, persecución, exilio y cárcel que sufrían a causa de su fe. Su único consuelo en esta vida era Cristo y la esperanza eterna, no había otro enfoque.
Hoy en día los cristianos estamos tan sumergidos en los afanes de esta vida, que el cristianismo se redujo a solo un «escudo psicológico» o «anestesia emocional» como un arma de adormecimiento espiritual, moral y emocional ante el sinsentido de esta vida limitada, dura, injusta e incierta en que estamos destinados a vivir todas las personas que habitamos este planeta. Nada más que eso.
Para la mayoría, el cristianismo fue reducido a una hora los fines de semana o a alguna oración de auxilio en medio de alguna prueba que les toca vivir, pero ya no es un estilo de vida dependiente y sincero, sin esperar nada a cambio, ni desear nada más que honrar al Salvador.
El cristianismo verdadero es mucho más que solo eso. El cristianismo no es una religión con una serie de ritos a ser cumplidos, ni un escudo psicológico que nos engaña diciendo que hay un anciano senil cósmico y todopoderoso que nos va a dar todo lo que queramos y que, no importando todos los males que cometamos, Él, como bueno que es, dejará pasar todo por alto, así porque sí.
La gente no solo necesita ser alentada, también necesita ser advertida, y es eso lo que estamos haciendo y lo que debería hacer todo líder espiritual o creyente a esta sociedad alejada de Dios.
Si dices ser cristiano (no importa la religión que profeses) y no oras, no lees regularmente ni conoces la Biblia, no te congregas ni compartes tu fe con otros, ni vives conforme a las enseñanzas de Cristo, viviendo en este mundo sin tenerlo en cuenta a Él en el día a día, déjame decirte con toda autoridad bíblica que estás engañado, caído, rebelde, condenado y caminando hacia la condenación eterna. Y no es porque el hacer estas cosas te hagan merecedor de la salvación sino porque, el que hace esto, demuestra con sus hechos que ya es salvo por la gracia de Dios. Ten cuidado, porque no importa lo bueno que te creas según tu propio juicio. Dios usará la Biblia para juzgarnos, no nuestros criterios personales o culturales.