Cuando en el libro de Génesis 1.27 dice: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó», estaba dando al ser humano su identidad básica, le estaba dando su esencia.
Esencia es aquello por lo que una cosa es lo que es y no es otra cosa. También era una réplica exacta de Dios en cuanto a su carácter y orden. En el capitulo 3 (pueden leerlo), el ser humano es seducido por la tentación y desobedece a Dios trayendo un montón de nefastas consecuencias a la humanidad. No es que Dios se enojó porque «comieron la manzana». No, esto va mucho más allá. Ese hecho de comer el fruto prohibido contenía todos los males que luego se manifestarían en la humanidad: la desobediencia, el orgullo, la vanagloria, la rebeldía, la falta de confianza en la Palabra de su Creador, etc. Estas y muchas otras cosas más se anidaron en el corazón humano y dieron a luz todas sus consecuencias.
Cuando Dios visita el Edén, pregunta por Adán, y este se había escondido de él (todo esto sucedió después de la desobediencia). Antes eran amigos y caminaban juntos, pero ahora Adán se esconde de su creador y benefactor. ¿El motivo? Tenía miedo. «Oí tu voz y me escondí», aseguró. Cuando Dios le pregunta por qué comió del árbol prohibido, lejos de hacerse responsable de sus actos, culpó a Dios y a su mujer de su desgracia. Ya acá se pueden ver los vicios más comunes de los hombres a través de toda la historia: teme, se esconde, excusa sus errores, culpa a otros, deja de asumir responsabilidades, se vuelve caprichoso, etc.
El varón fue creado por Dios para ser de bendición a toda la creación, sojuzgadla, multiplicarse y cuidarla. La caída hizo que la mayor desgracia de la creación sea el ser humano mismo. No solo destruye su medio ambiente sino que tampoco asume sus responsabilidades familiares como esposo, padre y líder. No gusta de asumir desafíos, prefiere la trivialidad y la diversión y se esconde de todo aquello que implique decisión, presión o esfuerzo. Prefiere salir con los amigos que compartir con sus familias, disfrutan más de los «muchachos» que de discipular y guiar a sus hijos. Sus esposas, por lo general, enfrentan los desafíos del hogar solas y sin la cobertura y protección de sus esposos. Todo esto y mucho más podemos ver en la actitud de Adán que se refleja hoy en el mundo actual.
Para Dios, lo contrario de hombre no es mujer sino niño. Según las Escrituras, la mujer es «huesos de los huesos y carne de la carne» del hombre (Gn. 2:23). Por lo tanto, es su semejante y su igual, se complementan, son ayuda uno para otro. Pero lo contrario de hombre, «Ish», (en hebreo «varón») es un niño, alguien con una actitud infantil e inmadura, caprichosa y egoísta, manipuladora y ausente.
La Biblia dice que esa imagen perdida de Dios en el hombre vino a ser restaurada en Cristo Jesús. «Él es la imagen del Dios invisible» (Col 1.15). El que imita a Cristo está llamado a ser un hombre con el carácter de Cristo, protector, responsable, sacrificado, fiel, bondadoso, pacificador, equilibrado, con dominio propio, amoroso, sincero, confiable, etc. El apóstol Pablo lo entendió y recomendó a los corintios que «sean imitadores suyo como él era imitador de Cristo» (1 Co 11:1).
Hay mucha carencia en la sociedad actual porque hay pocos hombres maduros con un carácter verdaderamente cristiano. La mayoría de los líderes y referentes, tanto políticos como religiosos, de la familia, de los deportes, etc., son hombres inmaduros, egoístas y manipuladores. Es por eso que el sistema está saturado de corrupción, violencia, orfandad e inseguridad.
Hace falta más hombres y menos machos.