Los políticos no son extranjeros ni vinieron de otro planeta. Son paraguayos, la mayoría educados aquí y con nuestra misma cultura. Ellos son solo una muestra, como la de sangre, de todo lo demás. Si esa muestra está contaminada, todo el resto también (o por lo menos la gran mayoría).
Si le tomás a casi cualquier persona que camina por la calle y la ponés en los lugares de poder que los políticos ahora ocupan, de seguro, actuarán de la misma manera. El joven que copia sus exámenes o escribe por las paredes del baño de su colegio. El funcionario que acostumbra llegar tarde a su trabajo o no cumple sus funciones. El conductor que estaciona en doble fila, sin importarle el caos vehicular o el accidente que pueda ocasionar. El que maneja alcoholizado. El policía de tránsito coimero y el ciudadano que da la coima. El que tira basura en la calle. El que vende mercadería de contrabando y el que la compra en los semáforos. Tanto los que fabrican y venden como los que compran CDs truchos. El que vende su cédula en las elecciones. El que no mantiene limpio y arreglado el frente de su casa. El que gasta en cerveza, pero de mala gana deja dinero a su esposa para la leche de sus hijos. El que usa a escondidas vehículos de la empresa o fotocopiadoras de la oficina para usos personales. Todas esas personas en un lugar de poder serán iguales o peores que los que actualmente critican. De eso no tengo la más mínima duda.
Los políticos no son más que «ciudadanos comunes en cartelera», y son solo el reflejo de la sociedad que hemos construido a lo largo de los años. El cambio debería empezar desde abajo, si es que queremos ver cambios en las próximas décadas (porque esto no es cuestión de unos pocos años o un «periodo»).
Nuestro país necesita tener lo que la Biblia dice: «una mente renovada» (Romanos 12.2), no solo en lo espiritual (el área más importante) sino en la educación y en la cultura.
Vemos cómo la cultura bíblica aplicada en el día a día transforma sociedades. Sobre esos fundamentos fueron levantados siglos atrás muchas de las naciones que hoy están etiquetadas como de Primer Mundo. La Reforma Protestante de la Europa del siglo XVI edificó su trabajo secular o civil sobre el fundamento de que todo lo que hacía un cristiano debía ser para la gloria de Dios, aun las cosas más rutinarias y sencillas. Entendían que no podían ofender a Dios un robo, una deslealtad, negligencia, deshonestidad, algo mediocre, etc. Si era para Dios, debía ser hecho con excelencia y esmero, y así lo hicieron y levantaron muchas áreas de sus naciones, especialmente en la educación y el trabajo honesto.
Mientras no entremos en un serio proceso de renovación espiritual, mental y cultural, seguiremos así, y no solo que seguiremos sino que empeoraremos. En los 90 casi no se oía de secuestrados, narcopolítica o narcotráfico (aunque de seguro lo había). Hoy eso ya es parte de nuestro sistema social y, peligrosamente, nos estamos «acostumbrando».
Cada paraguayo que se considere de bien (si formás parte de aquellos que nombré más arriba, sos parte del problema, no de la solución) debe seguir creyendo, trabajando y, sobre todo, hablando, enseñando, influenciando especialmente en su familia y también en su trabajo, colegio, universidad, barrio o cualquier lugar donde le toque estar. Porque mil kilómetros de distancia se empiezan a recorrer dando un primer paso.
Todo verdadero cristiano debería vivir diariamente los valores bíblicos y sus principios de excelencia, honestidad, servicio, amor, trabajo, fidelidad, transparencia y generosidad, que son aquellos elementos que quitan a una persona y nación de las miserias de la ignorancia y maldad.