En la parábola de «Los dos cimientos», en el libro de Mateo 7.24-27, Jesús presenta a dos personas que levantan su casa en el lecho seco de un río. Ese lecho seco simboliza la vida. La vida es como un lecho seco. Por lo general, el lecho seco es un lugar tentador para construir algo por lo allanado del suelo, pero ese lugar puede convertirse, en cualquier momento, en un torrente.
Nos relata que un hombre trabajó por su casa, pero no pensó en el cimiento. A este, Jesús lo llama insensato. El otro trabajó esforzadamente y edificó su casa sobre la roca. Jesús lo llama sabio.
Acá podemos ver una persona que tiene un cierto conocimiento de Dios, pero un corazón vacío. Jesús dice de ambos, en el verso 24 y en el 26, «cualquiera que oye». Esto se refiere a las personas que oyen el mensaje, prestan atención y lo entienden. Se supone que ambos sabían lo que Dios esperaba de ellos.
Tenemos que tener en cuenta que se trata del Creador de los cielos y la tierra, el que nos dice cómo construir. A no ser que edifiquemos nuestra vida sobre la Palabra de Dios, vamos a destruirla. No importa la apariencia de nuestra casa, no importa toda la información que tengamos, si no edificamos sobre la roca, la inundación se la llevará cuando venga.
En todo el Sermón del Monte que antecede a esta parábola, Jesús había derribado y desnudado sistemáticamente, parte por parte, la religiosidad de los fariseos. Ese sistema de seguridad religiosa humana había sido destruido por completo al llegar a este capítulo.
Ambos constructores representan a personas que, tal vez, hoy se consideren cristianas. Ambos, tal vez, leen la Biblia, asisten regularmente al culto y están edificando algún sistema de valores espirituales. La gran diferencia es que uno es sabio y el otro insensato, porque uno construye sobre la roca y el otro sobre la arena.
El cimiento de una casa no se ve, pues está bajo la tierra. Una vez terminada la casa, el cimiento queda escondido de la vista y ya no se puede ver qué tan sólido es. Ambas casas tienen la misma apariencia. Ambos oyen, pero si uno no hace lo que Dios dice, por más que parezca sólida su casa, no se engañe, no va a poder sostenerse y no puede considerarse un verdadero discípulo de Cristo.
Hoy en día tenemos un angustiante aumento de divorcios, casos de depresión, personas sumidas en el consumismo y los vicios, libertinaje sexual, relaciones rotas entre padres e hijos, altos grados de corrupción en todas las esferas, etc. Esto, más que el reflejo de una sociedad, es el reflejo de las familias que componen esa sociedad.
La mayor cantidad de familias, por lo que se ve, no tienen un cimiento sólido, vida espiritual ni, mucho menos, reverencia a Dios. Puede que sean religiosas, que tengan apariencia de piedad, pero los frutos o la casa llena de grietas o derrumbada, nos muestra que sus cimientos están edificados sobre lo efímero, lo trivial y que hay falta de verdaderos criterios morales y espirituales para levantar una casa sólida.
Nuestros criterios y parámetros están tan desvirtuados que consideramos exitosa a una persona que tiene dinero, aunque su familia (su casa) esté destrozada, y no tenemos en cuenta ni admiramos a una persona de familia sólida, aunque económicamente estrecha.
Podríamos decir que la roca es la verdadera fe en la Palabra de Cristo y sus enseñanzas. Jesús dijo, antes de relatar la parábola: «Cualquiera que oye estas palabras y las hace». La roca de la verdadera fe descansa en la obediencia a su Palabra.
Jesús es la roca y la piedra angular, y podríamos decir que Cristo dijo esto: «Estos dichos míos llegan a ser el verdadero cimiento de la verdadera espiritualidad».