En tan solo 28 versículos (Mateo 1.18-25 y Lucas 2.1-20) de los 31.184 que contiene la Biblia en su versión Reina Valera, se relata el nacimiento del hombre que dividió la historia en dos (a.C./ d.C.).
Sus protagonistas fueron una pareja pobre y joven de Nazaret (María y José), sudorosos pastores de las cálidas noches de Judea, ángeles que anunciaron las buenas nuevas, animales de granja y el recién nacido, que sería conocido como Jesucristo de Nazaret, el Dios hecho hombre, según las Escrituras. Solo unas pocas personas, los ángeles del cielo y unos cuantos animales en un establo fueron los únicos testigos de tan poderoso y sobrenatural acontecimiento, el más importante de la historia. Porque lo increíble no es que el hombre, casi dos mil años después, haya pisado la Luna; lo increíble es que Dios, dos mil años atrás, haya pisado la Tierra.
En un panorama un poco más amplio de la primerísima etapa de la vida humana de Jesús, podemos también ver a otros protagonistas: unos misteriosos sabios de Oriente (quiénes eran y de dónde venían no se sabe con certeza), que cruzaron el mar de arena del desierto guiados por una estrella para adorar al rey que había nacido en tierras judías. También es curioso notar que la Biblia no dice cuántos eran. La tradición dijo tres, más por la cantidad de regalos que ofrecieron (oro, incienso y mirra) que por las evidencias. Un preocupado y celoso rey Herodes, con dudosas intenciones en cuanto al niño nacido para salvar a su pueblo. Una indiferente claque religiosa que, aun sabiendo las profecías y siendo los veladores espirituales en cuanto a la venida del Mesías, ni idea tenían de que tal acontecimiento ya había ocurrido poco tiempo atrás. Y, por último, un pueblo alborotado al ver a los forasteros de Oriente que acudieron a buscar al rey para honrarlo al Palacio de Herodes, y ese rey no era Herodes, era otro. Todos intuían que estos acontecimientos vaticinaban tiempos difíciles de persecución, muerte y exilio.
Todo esto era un anticipo o una alegoría de cómo iba a vivir y morir este Salvador: sería pobre, rechazado, perseguido, torturado, muerto y su mensaje (aunque no su obra) sería rechazado por la gente, no solo de su tiempo sino hasta el día de hoy. De hecho, unos 33 años después, algunos dirían de su mensaje: “Dura es esta palabra, ¿quién la puede oír?” (Juan 6.60), para que pocos versículos después, en el 66, sucediera lo inevitable después de rechazar el mensaje: “Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6.66). Todos aquellos que, aunque se hacen llamar cristianos, no se ajustan con su estilo de vida a este mensaje, forman parte de aquel grupo que retrocedió y luego lo entregó. No hay puntos medios con el Nazareno, lo había dicho: “El que no es conmigo es contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12.30).
Los sabios del Oriente que buscaban a Jesús son especiales para nosotros los no judíos, pues nos representan. Representan a los gentiles. Ellos no eran judíos, pero buscaban al Salvador de los judíos. Juan dijo: “A los suyos vino, pero los suyos no le recibieron” (Juan 1.11) y Pablo cito las profecías y dijo en el libro de Romanos 9.25: “Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo”. Ellos, los sabios de Oriente, buscaron diligentemente al Salvador y, una vez que lo encontraron, lo adoraron y ya no volvieron a sus tierras por el mismo camino para no topetarse de vuelta con Herodes (Mateo 2.12). Eso nos dice que aquellos que buscaron y encontraron a Jesús, luego de que lo adoraron, nunca más pueden volver por el mismo lugar. Su camino, su vida, toda su eternidad cambia.
Feliz Navidad.