Los dos ladrones eran culpables, los dos ladrones fueron crucificados, los dos ladrones estuvieron colgados en las cruces, los dos ladrones fueron golpeados y torturados, a los dos les rompieron las piernas, los dos ladrones murieron, los dos eran reos de la misma pena; uno se salvó de la muerte eterna, el otro no.
En este mundo hay dos grupos y ambos sufren todos los problemas de haber nacido con una naturaleza y un mundo caído. Ambos sufren violencia, dolor, enfermedad, decepción, pero uno de los grupos tiene una esperanza eterna y Dios le promete un galardón eterno (Mt 5.11,12).
Ambos ladrones estaban cerca de la Cruz del Salvador, ambos querían dejar de sufrir, ambos querían vivir y no morir, ambos querían salvarse, ambos pidieron salvarse, ambos tenían la misma opción que era Cristo, ambos reconocieron que eran culpables y estaban ahí por sus hechos, pero solo uno estaba realmente arrepentido.
Lo que vemos es que podemos desear intensamente ser salvos, podemos desear vivir, podemos tener la misma oportunidad, podemos estar igual de cerca de Cristo que otros, podemos dirigirnos a él en oración pidiendo su favor, podemos estar en la misma iglesia, pero esto no alcanza si no tenemos el corazón correcto hacia la Cruz.
Uno quería ser salvo solo de su situación temporal, no le interesaba lo eterno; el otro vio más allá, se desentendió de su esperanza momentánea y miró la eternidad… ese se salvó. En un primer momento, ambos ladrones se burlaron de Cristo (Mt 27.44). Pero hubo algo en ese proceso que alteró la decisión de uno de ellos. Por alguna razón, uno de los ladrones tomó otro rumbo cuando su ex compañero blasfemaba contra Jesús (Lc 23.39-42).
Mateo muestra a los dos maldiciendo. Lucas habla de la blasfemia de uno y el cambio del otro. Todo indica que algo pasó durante el proceso de crucifixión. Al que blasfemaba, Jesús ni siquiera le habló, él no se defendió, lo defendió el que creyó en él (Lc 23.39, 40). El que se arrepintió y humilló, tuvo una respuesta: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23.43).
Ocurrió algo radical en uno de ellos, se arrepintió. De algún modo entendió lo que estaba pasando y se salvó por gracia. El otro se perdió. Estas dos personas tipifican la reacción de la humanidad con relación a la obra de Cristo. Ambos, toda la humanidad, dan la espalda a Dios.
Luego, una gran masa cree, la otra le rechaza. Los que creen no entienden que pasó, Dios intervino. Los que no creen, al mismo tiempo de estar sufriendo en su cruz de condenación, tienen tiempo de burlarse del Salvador y blasfemar contra Él, y se sorprenden de la decisión del otro grupo y se burlan. Cristo no se defiende, pero sus seguidores testifican de él y llama al otro grupo a una reflexión, pero el grupo disidente insiste en rebelarse.
Un malhechor fue salvo por creer en Cristo, el otro, preso de su arrogancia, lo rechazó. El único impedimento para la fe salvadora en Cristo Jesús es la prepotencia de la justicia propia. Ya lo dijo Pablo en Romanos 10.3: “El corazón que se basta a sí mismo ya no clama por misericordia”.