El orgullo te va a convencer de que eres humilde. Te va a convencer de que eres sufrido. Te va a convencer de que te persiguen, de que eres incomprendido, de que amas a Dios y de que tu celo por Él es sincero. El orgullo te va a convencer de que sabes más que otros, de que no tienes la culpa, de que otros son los responsables, de que las pocas cosas buenas que hay las generás vos y los demás solo problemas, de que tu voz debe de ser oída, de que no te valoran lo suficiente y de que no te tienen en cuenta.
El orgullo te convencerá de que tu forma de adorar a Dios y servirlo es más aceptable que la de los demás. El orgullo te convencerá de que la cantidad de «Me gusta» en tus publicaciones
demuestras que tienes la verdad.
Al orgullo le encanta poner en tu mente palabras como «grande», «más», «único», «mejor», «exitoso», «carismático». Te dirá que aun tus defectos son virtudes. A la ira la llamará «carácter fuerte». A la violencia, «valentía». A la impertinencia «osadía». A la codicia, «anhelos». A la sensualidad, «atracción». A la vanidad, «belleza». El orgullo se disfraza de muchas maneras y es un orador muy convincente.
Sus consejos te pueden parecer certeros, pero sus resultados son catastróficos, y una vez que hayas fracasado por culpa de ellos, te convencerá de que fuiste un incomprendido por la limitación de tus oyentes y un mártir por lo profundo de tus convicciones.
El orgullo hará que tengas una obsesión por la imagen, y un deseo sutil pero intenso de estar por encima de los demás. Te alentará a que tengas una vida centrada en vos mismo. Te volverá injusto, manipulador y abusador de los demás, incluso de los que amas. El orgullo socava nuestra ética porque, por conservar una imagen, dejamos de hacer lo que es correcto, y luego disfraza de bueno todo lo malo. El orgullo, cuando te controla, logra destruir las relaciones más preciadas
de tu vida y las que más valen la pena. Quema puentes que alguna vez querrás cruzar.
El orgullo te va a convencer de que mereces más, de que te envidian, de que te persiguen, de que son injustos contigo, de que nadie te comprende.
Pero lo que el orgullo nunca intentará hacer es convencerte de que eres pecador, egoísta y mezquino. No te dirá que fallas, hieres, lastimas y ofendes. Nunca te tratará de convencer de que sirvas, de que no siempre tienes que tener la razón, de que en realidad lo que deseas es protagonismo y distinción. No, nunca lo hará.
El orgullo tratará de que nunca reconozcas lo quejoso que eres, no intentará darte argumentos para que te sacrifiques, a no ser que ese sacrificio implique reconocimiento. Sí, el orgullo te convence de que eres humilde y de que te sientas «orgulloso» de serlo.
La Biblia dice que el orgullo dio a luz a Satanás y tiene la capacidad de convertir ángeles en demonios. El orgullo hizo caer a Eva cuando la serpiente la tentó diciendo: «Serás como Dios» (Gn 3.5). Ese mismo espíritu opera en la humanidad; nos erigimos como «dioses» sobre nosotros mismos. El egoísmo y la egolatría son atroces.
El libro de Filipenses 2.3 nos alienta a tener la misma actitud de Cristo, el cual siendo Dios no estimó eso como una condición para sentirse más que los demás, sino que tomó la decisión de volverse pequeño haciéndose semejaste a nosotros.
Jesús en sus Bienaventuranzas dio como primera condición para ganar el reino de los cielos el ser «pobre de espíritu» (Mt 5:3), o sea, de reconocer nuestra poquedad y miseria sin Dios, y una vez así, tener la capacidad de reconocer que sin Él no somos nada.
¿Quieres saber si eres víctima de este mal? Sencillo, si mientras leías este artículo pensabas en otra persona, es un síntoma claro de que el orgullo te ha engañado y estás lleno de él.
El orgullo te va a convencer de que mereces más, de que te envidian, de que te persiguen, de
que son injustos contigo, de que nadie te comprende.