Se suele escuchar acusaciones al cristianismo con respecto al trato y lugar que esta da a la mujer. Muchos acusan al cristianismo de ser una religión machista y hasta misógina. Sin embargo, podemos encontrar en la vida de Jesucristo que ningún líder espiritual en la historia defendió, honró y levantó tanto a la mujer como Él lo hizo. Él les dio apertura para que sirvan a Dios y no sean marginadas del ministerio. La relación de Jesús con todo tipo de mujeres en los evangelios es asombrosa. Muchas mujeres ayudaban a Jesús en su ministerio (Lc 8.1-3). Salvó a una mujer adúltera de ser apedreada y la perdonó (Juan 8.1-11).
Puso a las mujeres como ejemplo de perseverancia y conquista (Lucas 18.1-8).
Sanó a una mujer con flujo de sangre que le había tocado, cosa que era considerada un delito para las reglas rabínicas de su tiempo (Marcos 5.25-34). Restauró a prostitutas como María Magdalena y la mujer que mojó sus pies con perfume (Mateo 26.6-13). Una mujer decente no podía tocar físicamente a un rabino, ¡cuánto más no debería hacerlo una prostituta! Sin embargo, Él la dejó, pues un hombre tan íntegro y libre de pasiones pecaminosas no podía darle cabida en su ser ni al prejuicio ni a la concupiscencia.
Sanó a la hija de Jairo, resucitó al hijo de la viuda de Naím, porque se compadeció de ella más que del difunto (Lc7.13).
Sanó a otra mujer en un día de reposo –algo no permitido por los fariseos– de un espíritu de enfermedad (Lc 13.10).
Puso como ejemplo de caridad y devoción a la ofrenda de una mujer viuda (Lc 21).
Habló con una mujer cinco veces divorciada y actualmente concubinada, para que fuera la más grande evangelista y su primera seguidora en Samaria (Juan 4.1-42). Es interesante notar que la mujer samaritana se sorprendió de que un rabino judío le dirigiera la palabra, más aun a ella, por ser samaritana (pagana) y una mujer de mala reputación. Jesús rompió todos los prejuicios y entabló una conversación liberadora con ella.
Abolió la poligamia, condenó el adulterio y fue un paso más allá: prohibió a los hombres siquiera fantasear o “ratonear” o ser “babosos” (no hay nada peor que un “baboso”, dicen las mujeres) con una mujer que no fuera su esposa, lo cual hizo y hace que el hombre respete y honre a su mujer, no avergonzándola al mirar a otra que no fuera ella (Mateo 5.27, 28). La igualó en derechos y en importancia como al hombre delante de Dios (Gálatas 3.28).
Ordenó a unos de sus discípulos que protegiera a su madre, teniendo cuidado de ella antes de que Él muriese (Juan 19.25-27). Las puso en el ministerio y se preocupó de las viudas y huérfanos, enseñándonos que el ayudar a una mujer desamparada era la verdadera práctica religiosa (Stg 1.17). Atendió las necesidades de las mujeres paganas, como aquella que clamó que sanara a su hija epiléptica, y perdonó sus pecados (Mateo 15.21:28).
Sus primeras apariciones después de resucitado fueron a las mujeres (Juan 20). Comparó a la mujer con la Iglesia y ordenó a los hombres honrar, proteger y amar como a sí mismos a sus mujeres y como Él amó a la Iglesia, al punto de morir por ella. Les dio la bendición de ser “coherederas de la vida” junto con Él (1 Pedro 3.7).
Todas las mujeres del mundo, creyentes y no creyentes, le deben mucho a Jesús. A lo largo de su ministerio y vida, Él hizo mucho por las mujeres: las atendió, las sanó, se preocupó de sus necesidades y les dio una identidad y un lugar como hijas de Dios. Toda mujer que quiera sentirse dignificada, valorada, amada y respetada, encuentra en las enseñanzas de Cristo gran consuelo y esperanza. Jesús, un verdadero visionario de los derechos de las mujeres.