En una sociedad cada vez más ajena a Dios y a sus principios, donde el pecado no solo es tolerado sino hasta «legalizado», donde la mayoría de las autoridades políticas se definen como cristianos, pero sin los frutos de una vida convertida, en un sistema donde pulula la injusticia social, muchos cristianos sinceros se preguntan acerca del papel que deben cumplir en medio de todo esto. ¿Deberíamos tratar como Iglesia, de tener mayor fuerza política e influir fuertemente en ella?
En la Biblia podemos encontrar esas respuestas y nuestro rol en la sociedad; los cristianos cambiaremos la sociedad para mejor, solo cuando el principal enfoque que tengamos sea alcanzar tener el carácter de Cristo en nuestras vidas, que significa vivir de manera que honre los mandamientos de Dios y lo glorifique a Él. Esto se logra conociendo y practicando las Escrituras y proclamándolas ahí donde nos desempeñemos en el día a día.
Se puede ver en la historia que, cuando la Iglesia incursionó de manera corporativa en el poder político, se ha visto envuelta, con el tiempo, en una decadencia moral y espiritual que la afectó, haciéndola claudicar con sus principios y sus valores, y haciéndola llenarse de falsas doctrinas. Personalmente, pienso que la Biblia no prohíbe a un cristiano apoyar o trabajar políticamente en medio de su comunidad, pero cuando esta persona quita su enfoque del evangelio y empieza a creer que el verdadero cambio solo se puede concretar a través de una estrategia política, se irá desviando cada vez más de la verdad, cayendo en el engaño de que el poder humano y la sabiduría humana tienen la capacidad de transformar la naturaleza del hombre.
Ya el apóstol Pablo advirtió de esto a los griegos cuando les dijo, en una carta a los creyentes de Corinto, que él no fue a ellos con fuerza o estrategias humanas sino con «demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundamentada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios» (1 Co 2.1-5). Solo Dios puede transformar al hombre, y una vez que este individuo es transformado y empieza a cuidar a su familia, pronto otros también serán transformados hasta llegar a toda la sociedad.
En muchos hay una idea de que, si el gobierno apoya la causa cristiana, el evangelio avanzará, pero si la persigue y combate, se estancará, y por lo tanto, hay que tratar de llegar al poder político en bien de la evangelización. Si uno piensa así, la estrategia política se convierte en el centro de todo, como si el destino espiritual del pueblo de Dios subiera o bajara dependiendo de quién esté en el poder. Pero la verdad es que ningún gobierno humano puede hacer algo para que avance o retroceda el reino de Dios. Ni el gobierno más impío y perverso podrá detener el poder del Espíritu Santo ni la difusión del evangelio, porque es Dios quien está comprometido en ello.
El ministerio terrenal de Jesús se desarrolló en un ambiente político sumamente difícil, y sus seguidores, incluyendo a los apóstoles, esperaban que de alguna manera los liberara del yugo de Roma. Pero Él no usó la política para transformar el mundo. Él transformó el mundo predicando el evangelio y permaneciendo fiel a su mensaje.
«La decadencia moral del mundo es un problema espiritual, no político; y su solución es el Evangelio, no la política partidista. Cada vez que la Iglesia se ha centrado en la predicación del Evangelio, su influencia aumentó. Cuando ha buscado poder por medio del activismo político, cultural o militar, ha dañado o arruinado su testimonio». J. Mc Arthur.