Dios apostó por la familia desde un principio: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn. 2.24). Aquí está el primer mandamiento de Dios y fue formar una familia compuesta de un padre y una madre. Esta estructura es la que sostiene la base de la sociedad desde tiempos inmemorables.
Cuando se quita el concepto judeo-cristiano de que el hombre y la mujer han sido creados a la imagen de Dios (Gn. 1.27), este viene a ser nada más que un animal «racional» y, para algunos sectores, incluso, los humanos no son distintos en valor y dignidad a los demás animales.
Un ejemplo elocuente resulta lo que dijo Ingrid Newkirk, fundadora de la Asociación para el trato ético de los animales: «No hay base racional alguna para decir que un ser humano tenga derechos especiales por sobre los animales. Cuando se trata de tener un sistema nervioso central y la capacidad de sentir dolor, hambre y sed, una rata es semejante a un cerdo; un cerdo a un perro y un perro a un niño» («Cómo ser padres cristianos exitosos», pág.14).
Cuando el ser humano es rebajado en su valor a ese nivel, ya nada tiene razón de ser, incluyendo el concepto de familia y la manera en que esta es concebida en la cosmovisión bíblica. Una vez que las cosas estén así, ya todo vale y toda opinión es «respetable». Los parámetros ya se han perdido y nadie tiene una verdad bajo la cual se pueda consensuar todo. A esto nos llevó el relativismo.
En pocas décadas han aparecido los más grandes ataques civiles y sociales de la historia de la humanidad hacia la familia. Han surgido debates, leyes y legalizaciones como: el aborto, casamiento homosexual, familias monoparentales, divorcio, etc.
Como consecuencia, la sociedad se ha estado sumergiendo en la infidelidad, la violencia, la separación de padres e hijos, el libertinaje sexual (mal llamado «libertad» sexual) con todas sus perversiones, el consumismo, que nos lleva a trabajar más para tener más y así perder valioso tiempo de unidad y comunicación entre parejas y padres e hijos. Aparentemente, el lema de esta sociedad desatinada es: «El que muere con más juguetes, gana».
Ya en 1971 el psiquiatra británico Dr. David Cooper, en su libro «La muerte de la familia», sugería que «ya es tiempo de desechar la familia tal como la conocemos». Un año antes, en 1970, el manifiesto feminista de Kate Miller, «Normas sexuales», afirmaba que las familias deberían de desaparecer, lo mismo que todas las estructuras patriarcales, porque no son más que instrumentos para la opresión y esclavización de las mujeres.
Por supuesto, el blanco de casi todos sus ataques fue el cristianismo, con sus valores bíblicos, acusándolo de ser opresor y totalitario, sin darse cuenta de que cayeron en lo mismo que acusaron. Esta ideología irracional antifamilia es absolutamente represora, intolerante, discriminatoria y perversa.