En esta sociedad posmoderna cae hasta un poco pesada la predicación de que seremos galardonados en el cielo o que nuestra recompensa está después de la muerte.
Vivimos en una sociedad eminentemente consumista. Antes se creaba un producto que respondía a una necesidad. Hoy se crea la necesidad para vender un producto. Muchas de las cosas que antes no eran esenciales, hoy lo son. Y no me refiero a cosas realmente necesarias, sino a trivialidades que hacen que nos parezcan importantes. Por ejemplo, antes no necesitábamos de celulares, hoy sí. Es una necesidad, pero el consumismo viene, no en necesitar un celular o quererlo, sino en la marca que queremos o lo que está de moda. Y compramos cosas caras que nos ofrecen mucho más de lo que realmente necesitamos. Pero como el sistema creó un «status» al tener ciertas cosas, la gente las necesita para ser aceptada.
Antes usábamos cosas hasta que ya no podíamos utilizarlas más porque se desgastaban, se destruían o quedaban obsoletas. Hoy se dejan de usar muchas cosas por aburrimiento o porque ya están pasadas de moda, aunque el producto aún esté en buenas condiciones.
Cuando venimos a Cristo, venimos con paradigmas mundanos. Fuimos formados y educados por el sistema. Si el creyente se acerca a Cristo de verdad, aun así debe ser limpio de pensamientos y costumbres que son del mundo, pues la información que ocupó su mente fue llenada por ese estilo de vida consumista. A esto, agreguémosle que somos carnales y tenemos pasiones caídas, aunque seamos cristianos. Estas dos cosas, sumadas a una predicación carnal y acomodada al mundo para satisfacer deseos meramente humanos, dan como resultado la alta contaminación que está sufriendo la Iglesia en cuando a sus conceptos sobre «contentamiento», «satisfacción» y «gratitud». Estas palabras hasta podrían parecer sinónimos de fracaso o mediocridad para el mundo tan competitivo que vivimos.
Los verdaderos cristianos somos también personas con pasiones, pero salvadas por la gracia de Dios, que caminamos hacia una transformación de nuestra mente. El apóstol Pablo dice en el libro de Romanos 12.2 NTV: «No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta» y en el camino de esta transformación, tenemos que desechar muchas cosas y tomar otras para alcanzar el carácter de Cristo y su imagen en nosotros, que es lo que quiere hacer con todo aquel que se acerca a Él.
En esta sociedad posmoderna cae hasta un poco pesada la predicación de que seremos galardonados en el cielo o que nuestra recompensa está después de la muerte. Queremos esas cosas ya, acá en la tierra. Ya no suenan atractivas las recompensas en el cielo. Todo esto por el inmediatismo y poco esfuerzo que se ha adoptado como estilo de vida. Sencillamente, queremos las cosas ya, y sin más vueltas.
Antes, nuestros abuelos ahorraban para, talvez, después de años y con mucho esfuerzo, conseguir lo que querían. Hoy la cosa cambió: No hay ahorro, hay deudas. «Compre ahora, pague después» es el lema, y así vivimos en una sociedad esclavizadas por las deudas y el deseo no alcanzado.
Contentamiento no es igual a mediocridad o falta de deseo de superación. El contentamiento es, sencillamente, estar agradecidos con lo que hoy tenemos, y por qué no, estar expectantes a lo que podamos conseguir en el futuro. Pero la mediocridad es no poder salir de la situación actual por pereza y falta de visión.
La Biblia nos insta a tener contentamiento, pero a la vez está llena de principios de visión y superación para alcanzar las metas. Rico no es el que tenga más, sino el que necesita menos.