Hay que definir que es correcto o incorrecto. No podemos seguir avanzando bajo el criterio de que, porque la mayoría lo dice, algo es bueno o malo. La verdad no puede ser votada o consensuada. La verdad no depende de las mayorías ni de las circunstancias, es o no es, de otro modo, no sería verdad. En ese sentido, la verdad es absoluta. Pero hoy en día toda definición o concepto que parezca o se jacte de absoluto es repudiado y desechado de cuajo.
Se le tilda de fanático a todo aquel que se atreva a ir contra la corriente. Fanático no es aquel que tiene una opinión definida, una conducta coherente y una postura tomada responsable y libremente. Fanático es aquel que cree y defiende (incluso agresivamente) lo que no entiende ni conoce, solo porque a la mayoría le parece bueno. Esto es parte de lo que vive actualmente la sociedad.
El periodista inglés Malcolm Muggeridge afirma: «Nos hemos educado nosotros mismos en la imbecilidad». Y al analizar la cantidad de ideas y leyes absurdas que están tomando forma en la sociedad moderna con respecto a la reingeniería familiar, el aborto, el matrimonio gay y las familias monoparentales, por citar algunas, lo de Malcolm resulta una gran verdad. En la misma línea de reflexión George Will, ganador del premio Pullitzer y columnista de Washington Post, afirma que no queda nada demasiado vulgar en nuestra sociedad para lo cual no haya algún experto que pueda explicarnos racionalmente el porqué es bueno. Legalizar cualquier cosa en una sociedad que no tiene ideales fijos y una clara visión entre el bien y el mal, es algo muy fácil.
El apologista cristiano Ravi Zacharias afirma: «El método que se utilizó para implantar este sistema actual fue tomar el control de los baluartes intelectuales –las universidades– y bajo una espesa cortina de ataques «doctos», cambiar la estructura de creer en Dios, de modo que Él deje de ser la entidad plausible en los lugares de erudición. Este asalto contra la creencia religiosa fue consumado en nombre de la libertad política y académica, en tanto que el verdadero intento fue derrotar filosóficamente cualquier cosa que oliera a restricción moral».
Desde el momento que las naciones han rechazado la verdad bíblica de que el hombre está creado a la imagen de Dios y ha adoptado la visión de que es meramente un ser evolucionado de primates, todo empezó a cambiar. Un ejemplo elocuente de lo que afirmo son las declaraciones de Ingrid Newkirk,fundadora de la «Asociación para el trato ético de los animales», que dijo: «No hay base racional alguna para decir que un ser humano tenga derechos especiales por sobre los animales. Cuando se trata de tener un sistema nervioso central, y la capacidad de sentir dolor, hambre y sed, una rata es semejante a un cerdo; un cerdo a un perro y un perro a un niño». Muchas organizaciones hoy día defienden férreamente la vida de los huevos de tortugas y las crías de ballenas, pero están a favor de la matanza de seres humanos en el vientre de sus madres, el aborto. Claro, todo esto, con argumentos «racionales» y «científicos», llevando esta práctica como un método «anticonceptivos» más.
En menos de dos décadas, han aparecido y fueron legalizadas y aceptadas ampliamente ideas que en toda la historia de la humanidad nunca se han siquiera considerado. Todo este ataque, dirigido especialmente hacia la familia, tal como la hemos concebido, ya está trayendo consecuencias desastrosas que, aparentemente, a pocos preocupa, como la disfunción familiar, el aumento de la depresión, los suicidios y la decadencia y orden moral en todo el globo.
Parecemos un ejército de zombis caminando hacia el abismo de nuestra propia destrucción, sin plantearnos más nada.