Existe lo que se conoce con el nombre de «incredulidad corporativa o colectiva».
Es lo que le pasó a Jesús en Jerusalén: «No pudo hacer milagros allá por la incredulidad (colectiva) que había en ellos».
Esto es lo que se está viviendo en estos días. Hay tanta incredulidad en la sociedad que hasta pareciera que Dios no existe. Están tan ajenos a Dios que sus operaciones en la vida de la gente son casi nulas. Siguiendo la lectura, allá por el capítulo seis del evangelio de Marcos, dice: «Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando». ¿Por qué? Porque la enseñanza es el antídoto para la incredulidad. El libro de Romanos 10.17 dice: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios».
Necesitamos ser enseñados en la fe, en el potencial de la fe que tenemos, sobre los principios que gobiernan el crecimiento y desarrollo de la fe. No solo muchos no estudian, ni la desarrollan, ni la activan sino, por el contrario, ingieren información constantemente en contra de ella, de un mundo incrédulo con argumentos y altivez que se levantan contra el conocimiento de Dios.
La Biblia dice en 2 Corintios 10.4: «Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios…». Acá vemos que la «guerra espiritual» es por la mente de las personas. Esa guerra consiste en «derribar argumentos y altivez contra el conocimiento de Dios».
Esta guerra espiritual consiste en hacer comprender a la gente qué realmente dice la Palabra de Dios ante tantas opciones y filosofías que el mundo presenta (Col 2.8-10). El conocimiento de la verdad nos hace libres, dijo Jesús.
En el evangelio de Lucas 17.6 Jesús nos habla de una fe del tamaño de una «semilla de mostaza». Jesús no nos enseñó que tuviéramos solo un poquito de fe como un grano de mostaza, sino que estaba haciendo la comparación de que nuestra fe, aunque sea pequeña al principio, crezca como un grano de mostaza hasta llegar a ser la más grande de las hortalizas. Ese tipo de fe, crecida y madura, nos dará la fuerza para vivir una vida de victoria sobre el pecado y el mundo, sanar enfermos, liberar a las personas, perdonar, consagrarse, etc.
Nuestra fe debe de ser lo suficientemente fuerte como para vencer al mundo (a la filosofía de un sistema relativista e inmoral anti-Dios). Cuando el filtro de la fe se pierde, estamos preparados para aceptar cualquier cosa. El periodista inglés y apologista cristiano G. K. Chersterton expresó: «Cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que ya no cree nada, sino que ahora está preparado para creer cualquier cosa».
Jesús nos enseña que, sembrada esa pequeña fe (la Palabra de Dios) en una «buena tierra» (una persona receptiva y abierta a recibirla) esta fe debe ir creciendo hasta ser grande. Nos dice que no debe ser una fe pequeña sino que una fe creciente.
Una fe pequeña logrará cosas pequeñas; una fe grande logrará cosas grandes.
En 1 de Corintios 13.2 Pablo nos habla de una fe completa, global, adulta y madura capaz de mover montañas. No se mueven montañas con poca fe ni con una tan chiquita que parece una semilla; se mueven montañas con una fe grande, genuina, no fingida, dependiente y madura, que es el fruto del crecimiento espiritual y la entrega. Por supuesto que decir «montaña» no habla literalmente de ellas, sino que es una metáfora que nos habla de las cosas aparentemente imposibles de la vida.