«Y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien…» Ro. 8.28.
Este versículo tan conocido y citado se usa en las circunstancias adversas que atravesamos en la vida. Pero la cobertura y bendición de esta frase está sujeta a una condición: «a los que aman a Dios…» A la luz de la Biblia, tenemos que evaluar si realmente amamos o no a Dios. Esto va mucho más allá de profesar una mera religión nominal. El amor es compromiso y el que ama a Dios debe estar comprometido con Él. Para Dios no existe el amor sin compromiso.
El amor denota acción. La palabra amor en el griego, no puede ser entendida si no va acompañada de una acción.
Así también, el verbo amar o el decir: «Yo amo», no me dice nada si no va acompañado de una acción. Por ejemplo: Yo amo porque sirvo, yo amo porque soy fiel, yo amo porque me comprometo. Esa acción demuestra nuestro verdadero amor.
El apóstol Pablo en 1 de Cor. 13.4 dice: «El amor es sufrido». Si no estoy dispuesto a sufrir por alguien, yo no le amo. Si le dejo a mi esposa porque ella se enfermó o a mi marido porque quebró económicamente, esto denota que no había un amor maduro. Con esa actitud de dejar a una persona por no sufrir, denoto mi falta de amor.
El amor es compromiso, el compromiso es acción y esto, muchas veces, conlleva sufrimiento.
Jesús en Juan 3.16 –considerado el versículo clave y el corazón del evangelio–dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Destacamos la frase: «Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio…». Ahí está la acción, el dar, y esto a Dios le llevó a tener sufrimiento. Su Hijo moriría por amor a otros.
Entonces la palabra amor reclama una acción para ser entendida. La palabra amor, si no va acompañada de una acción definida, está incompleta o no tiene sentido en sí misma.
El verso dice: «Todo ayuda a bien a los que aman al Señor…». Solo podemos estar bajo la cobertura de este versículo si estamos comprometidos con Dios (el amor es compromiso).
En el libro 1 de Juan 3.18, 19 dice: «Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y verdad. Y en eso conocemos que somos de verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él». Acá nos habla de un amor práctico. Solo con un amor comprometido tendremos un corazón sólido y seguro delante de Dios.
Tenemos que reconciliarnos con Dios para ser verdaderamente bendecidos, y la reconciliación es por un solo camino: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación» 2 Co 5.17-19.
El amor también tiene que tener un propósito. En 1 de Juan 3.8 dice: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo». La clave está en esto: «Para esto apareció el hijo de Dios…» el «para esto» denota un propósito, una visión, una proyección, un «porqué» y un «para qué». Todo amor debe tener una visión de futuro sólido y definido. Todo pierde fuerza cuando uno no sabe adónde va.
No podemos amar verdaderamente si no tenemos una visión de futuro. Esto tiene que ver con el «llamado», con el propósito de Dios para nuestras vidas.