Un concepto muy común entre la gente es que todos los seres humanos somos hijos de Dios, puesto que todos fuimos creados por Él y que Él nos ama como a hijos.
Es cierto que fuimos creados por Dios y que Él ama a su creación, pero la Biblia nos enseña que no todos son hijos de Dios. De hecho, está muy claramente especificado en la Biblia a quiénes se refiere Dios como hijos, e hijos de quiénes son aquellos que no son sus hijos.
El apóstol Pablo nos dice en el libro de Romanos 8.14 una de las características fundamentales de los verdaderos hijos de Dios: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios». Aquellos que tienen una vida guiada por Su Espíritu, son hijos de Dios. Jesús dijo que el Espíritu Santo nos enseñaría todas las cosas concernientes a Él en su Palabra, que es la Biblia (Jn 14.26). Por lo tanto, una persona que no se guía por la Biblia en su estilo de vida, espiritualidad, fe y moral, no puede dar señal de que es un verdadero hijo/a de Dios. El Espíritu Santo pone en nosotros el deseo de obedecer su Palabra y esa Palabra nos limpia. Jesús dijo: «Ya vosotros estáis limpios por medio de la palabra que os he dado» (Jn 15.3). ¿Cómo podemos decir ser hijos de Dios si la Biblia es clara en que los verdaderos hijos se guían por su Palabra y no lo hacemos, ni la leemos, ni la conocemos?
El Señor va más allá al declarar que aquellos que viven según los criterios del mundo son sus enemigos. En el libro de Santiago 4.4 dice: «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios».
¿En qué términos se refiere la Biblia a aquellos que no rigen sus vidas conforme a su Palabra y viven ajenos a los mandatos de Dios? La Biblia nos lo dice: «…en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, en los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de la carne, haciendo la voluntad de la carne, y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Efesios 2.2-3). Acá Dios se refiere a los que no son sus hijos, a los que no viven conforme a su Palabra, a los corruptos e inmorales e,incluso, a los que son «buenas personas» según los criterios humanos, pero viven alejados de Dios como «hijos de desobediencia» e «hijos de ira». Así, la Biblia divide a la humanidad solo en dos grupos: los «hijos de Dios» y los «hijos de desobediencia».
El apóstol Juan, al comienzo de su evangelio, nos señala claramente cómo podemos llegar a ser hijos de Dios: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1.12). Claramente dice quiénes son los hijos de Dios y cómo se logra esto: «Creer en Él y recibirlo». Eso implica una renuncia a una vida de pecado y un acercamiento sincero, humilde y genuino, sin condicionamientos, a vivir una vida conforme a su Palabra. No se trata de una religión, no se trata de qué uno cree, no se trata de buenas obras, se trata de qué dice Dios. No hay otro camino.
«Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo» (Romanos 10.9).