La prueba de que Dios no existe es que la ciencia no lo ha encontrado y no se puede ‘demostrar’ su existencia». Esta es una de las afirmaciones más categóricas y contundentes de los escépticos. Y, si Dios no existe, entonces tampoco la Biblia es verdad, por lo tanto, no tenemos que tomarlo como autoridad y hay que desecharlo. Con este argumento desean quitar de sopetón un libro con reglas morales (entre otras cosas) bastante incómodas para muchos.
El tema es que, si los «sabios de este mundo» no pueden encontrar a Dios mediante sus métodos (la filosofía humana o sus métodos científicos), lejos de ser un argumento en contra de las Escrituras es, justamente, lo que avala su veracidad. ¿Por qué digo esto? Porque la Biblia dice claramente que el conocimiento de Dios no es por métodos humanos o por sabiduría humana sino por «revelación de Dios». Es por fe, lo cual no implica «ceguera» sino «revelación», pues Dios es quien se revela a través de Su Palabra.
La Biblia dice en 1 Corintios 1.18 al 23, en una carta escrita por el apóstol Pablo a los griegos, una cultura caracterizada por el razonamiento helénico y filosófico, que el mensaje de Dios es una «locura» para los incrédulos, y dice en el verso 21 que «el mundo (la humanidad) no conoció a Dios mediante la sabiduría humana», sino que «agradó» (así Él lo quiso) a Dios salvar a los creyentes por medio de ese mensaje, que resultaría una «locura» para los «sabios de este mundo», que buscan explicar las verdades espirituales según sus métodos de conocimiento y no según la fe, que es lo que Dios honra (Hebreos 11.6).
Si la Biblia dijese, por ejemplo: «Vayan y pregunten a vuestros investigadores, sabios y pensadores sobre mi existencia y ellos les dirán que yo existo, pues ellos tienen los mecanismos para poder encontrarme y probar, según sus métodos, que yo existo…», entonces sí, la Biblia estaría contradiciéndose flagrantemente y caería en un descrédito, pues eso, el «descubrimiento» de Dios por medios humanos, nunca ocurrió ni ocurrirá. La gran mayoría de los más grandes pensadores, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, han cuestionado y negado la existencia de un Ser divino que rige el mundo según su perfecta voluntad.
Jesús fue también muy claro. Observemos lo que dice en Lucas 10.21(paréntesis mío): «En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu y dijo: «Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños (a los más débiles). Sí, Padre, porque así te agradó».
«Escondiste estas cosas de los sabios y entendidos», «porque así te agrado». Hilamos esto con lo que escribió Pablo a los griegos: «Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Co 1.21), y encontramos, como en otras referencias bíblicas, que está en Su voluntad el revelarse al hombre porque Él quiere, no porque tenga que ser «descubierto» por la siempre limitada sabiduría humana.
También la Biblia habla de que, más que la falta de «pruebas», es el «corazón endurecido» a causa del orgullo y la rebeldía humana hacia Él, lo que hace que la incredulidad anide en el corazón e impide que Su revelación llegue hasta la vida de muchos. Hebreos 4.7 dice: «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones».
Romanos 1.19-21 dice que «lo que de Dios se conoce, Dios se los reveló» y luego, habiéndose Dios manifestado por medio de la creación, «no lo alabaron ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue oscurecido».
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