«Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen. Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado. Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos y es locura para los gentiles». 1 Corintios 1.21-23 NVI.
Ya la Biblia nos advierte que el mensaje del evangelio será despreciado por muchos y que no todos lo aceptarán. Por una parte están los religiosos (se refiere a los que profesan una religión de forma tradicional sin tener una verdadera relación con Cristo) y los «gentiles», que en este contexto habla de los griegos (Corinto estaba situado en Grecia). Se refiere a los escépticos, a los racionalistas, a los «sabios de este siglo» que tomarán este mensaje como «locura», pues no puede ser aceptado por sus infladas mentes humanas. Ambos grupos rechazan violentamente el mensaje de arrepentimiento y renuncia de la Cruz.
El mensaje de la Cruz debe de ser dado con pureza, sin acomodamientos ni agregándole condimentos humanos. El mismo Pablo volvió a decirles a los griegos: «No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes, sino con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana, sino del poder de Dios» (1 Co. 2.1-5). El poder de Dios consistía en la convicción que el Espíritu Santo pone en el oyente como respaldo al mensaje puro de salvación, dado por Dios en Su Palabra.
Dios solo puede usar personas quebrantadas, gente afligida e indignada al ver tanta perversión a nuestro alrededor. Jesús tomó el pan (símbolo de él mismo) y lo rompió; ahí recién pudo alimentar a miles. La mujer pecadora rompió el vaso de alabastro (símbolo de su propia vida) y ahí recién se llenó la casa de perfume. Jesús dijo: «Este es mi cuerpo que por vosotros es roto». Si eso hizo el maestro, ¿Qué haremos nosotros? Dios necesita quebrantar nuestro orgullo y nuestro ego para salvarnos y usarnos.
Tenemos que entender que la sencillez del mensaje de salvación es lo único que tiene poder para salvar. Si este mensaje no lo logra, nada más lo hará. La gente no se salva por culta, se salva por tener fe y hay que hacerles llegar la Palabra, pues «así que la fe es por el oír, y el oír la Palabra de Dios» Ro. 10.17.
La gente tiene que entender que todos somos pecadores. Un gran predicador decía: «No hablo de Cristo a nadie sin primero convencerle de pecado». Es que sin estar primero convencidos de pecado y perdición, no sentimos la necesidad de acercarnos a Dios.
Los creyentes verdaderos estamos llamados a ser como la «sabiduría», relatada en el libro de Proverbios, que dice: «La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas; clama en los principales lugares de reunión; en las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones. ¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras». Pr 1.20-23.
Prediquemos el evangelio de manera clara y directa, el resto ya es cosa del Señor. «Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna». Hch 13.48.