Cuando un varón rechaza su llamado a la hombría, empieza a comportarse como un niño malcriado y caprichoso, lleno de quejas y excusas, totalmente dominado por sus emociones y que piensa de manera egoísta y autocompasiva. Si estás así, es muestra de que te has alejado del modelo divino de un verdadero hombre. El carácter de Cristo tiene que ser formado en nosotros.
Sin embargo, cuando un hombre decide abrazar humildemente los sencillos principios bíblicos y obedecer la palabra de Dios, sus irresponsabilidades, rebeliones y actitudes infantiles desaparecerán. Entonces se manifestará su verdadera hombría y será un buen esposo, padre, cristiano, e influenciará a muchos para mejor.
Vida infructífera, corazones rotos, familias devastadas, vicios, promiscuidad, capricho, infantilismo, egoísmo y soberbia, entre otras cosas, son señales de que un varón se ha alejado de su verdadera hombría, no importando cuán poderoso, adinerado, influyente, carismático o exitoso sea en otras cuestiones.
Cuando un hombre se niega a crecer, madurar y asumir responsabilidades, se ha descalificado y abandonado su llamado divino, que es lo único que traerá plenitud a su vida.
Si un hombre no busca la voluntad de Dios en su vida, empieza a vivir conforme a su voluntad y sus deseos caídos y contaminados por el pecado. Esto hace que empiece a ser egocéntrico y destruya todo, lo que genera un efecto dominó en todo lo que lo rodea. Si es esposo, pierde autoridad con la esposa y con los hijos. Esto genera una mujer herida y resentida e hijos rebeldes que imitarán el patrón de conducta con su futura familia. El hombre que vive egocéntricamente manifiesta el mismo carácter destructivo en cualquier otra área de su vida, como su lugar de trabajo, su diversión, los otros miembros de la familia, en la política, en el deporte, en las relaciones humanas en general, y así una sociedad se vuelve enferma.
Es muy probable que el énfasis que hacen las naciones latinoamericanas a la imagen de la mujer sea por ese motivo. De hecho, es así. Por lo general, la madre es la más venerada en una familia, y si la madre no está, es la abuela; muy pocas veces es el varón. Esto refleja la falta de hombres en los hogares. En mayor o menor medida, todos estamos marcados culturalmente por esta ausencia.
Una sociedad machista es una sociedad sin hombres de verdad. La hombría bíblica dista mucho del machismo que impera en todas las culturas del mundo sin excepción. El que haya machismo en el mundo entero refleja la universalidad del pecado, el egoísmo y la rebeldía.
Cuando un hombre decide buscar la imagen de Cristo en su vida, se vuelve una persona amorosa, servidora, proveedora, esforzada, valiente, sensible y un marido romántico, delicado y atento.
El rey David estaba dejando a su joven hijo grandes responsabilidades gubernamentales. Sus enemigos eran muchos, también había en su corte, posibles traidores y hombres desleales que, por motivos estratégicos, no los podía tocar y ellos quedarían con su inexperto hijo una vez que él muriera. Sus consejos de padre moribundo y sin mucho tiempo más para poder hablar, fueron sencillos. Le dijo: “Hijo, esfuérzate y sé hombre” (1 Reyes 2.2). Con esto resumía en una sola frase todo el arsenal que lo equiparía para ser todo aquello que se esperaba que fuera.
Dios llamó a Adán, y en Adán a todos los hombres, a asumir responsabilidades, a “fructificar, multiplicarse, juzgar y señorear la tierra” (Gn 1.28). En otras palabras, a liderar responsable y amorosamente nuestras propias vidas, nuestras familias y toda área de influencia en la cual Él nos pone.