Entramos en la Semana Santa, en que se recuerda la Crucifixión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Biblia sitúa este acontecimiento como el eje de la historia de la humanidad, ya que era la consumación del acto de redención de Dios hacia la humanidad perdida.
Es algo tan transcendental para la doctrina cristiana que el apóstol Pablo dice que la resurrección es la verdad donde se sustenta el cristianismo (1 Corintios 15.13, 14). Pero solo puede haber resurrección si hay muerte previa, por eso, es fundamental entender la Crucifixión.
Pablo mismo, usando una hipérbole para darnos a entender lo crucial de este acontecimiento, dice en 1 de Corintios 2.2: “Pues me propuse no saber entre nosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado”. La doctrina central del cristianismo es esta, porque fue un acto de justicia que Dios requería para el perdón de los pecados.
La Crucifixión de Cristo fue vista por muchas personas, con diferentes ópticas.
Para Pilatos, fue el escape a una situación política compleja y él usó a Cristo para calmar a sus adversarios. Pilatos representa a aquellos que tienen un grado de luz sobre Cristo y entienden que Él es justo, pero la presión de la sociedad y las conveniencias mundanas superan sus convicciones y deciden “lavarse las manos” (se excusan) y no tener parte con Él.
Para los saduceos, fue una manera de quitar de escena a Cristo, para librarse de un pleito con Roma y así mantener el estatus de poder que tenían. Ellos, junto a los fariseos, representan a los religiosos, aquellos que creen que, por ser parte de una comunidad de fe o por algún tipo de linaje espiritual, o por tener un cierto estatus social y ser gente de alta moral o referentes, se ganan el favor de Dios. Pero la verdad es que, justamente, representan todo lo contrario, pues actúan hipócritamente, ya que aparentan lo que no son. Jesús los llamó “hijos del diablo” y “generación de víboras”.
Para los fariseos, la muerte de Cristo significaba el fin de alguien a quien envidiaban profundamente y de alguien que acusaba sus conciencias. Representan a aquellos que prefieren no oír ni saber nada de Cristo por temor a que sus conciencias sean golpeadas y, en cierta medida, representan a la mayoría, ya que ellos también eran religiosos, tenían una religión y fe, pero eran hipócritas, gustaban de las apariencias.
Para el ladrón arrepentido, la muerte de Cristo fue un acto sumamente injusto y una oportunidad para salvarse. Para el ladrón no arrepentido, la muerte de Cristo significó una oportunidad perdida para salvar su vida y salvarse de pagar las consecuencias de sus fechorías.
Para Barrabás, fue la brillante oportunidad de salvarse de la muerte. Barrabás nos representa todos. Él era el que debía ser crucificado, él era el culpable, pero se salvó porque Cristo murió en su lugar. Esto nos habla de la doctrina de la gracia, de un regalo inmerecido: Cristo muriendo por el pecador.
Para la multitud indiferente y algunos soldados romanos que se burlaron de Él, fue la muerte de un reo más entre las miles que ya había habido. Representan a un mundo indiferente ante el mensaje de la Cruz, representan a aquellos a quienes no les interesa en lo más mínimo el sacrificio de Cristo. Ese grupo no es amigo ni es hostil al sacrificio; sencillamente, es indiferente, no le interesa.
Para María, es un cumplimiento profético: “Una espada atravesará tu alma” y el momento más doloroso de su vida. Ella representa a una persona comprometida, profunda, santa, consciente de tamaña entrega. Una persona totalmente identificada con el crucificado, alguien que no puede ver la cruz sin lágrimas en sus ojos, pues contempla en ella el amor más profundo y el sacrificio más grande por amor a quienes no se lo merecían. ¿Con quién te identificas tú?