Este cuento danés escrito por Hans Christian Andersen nos relata de manera elocuente una analogía de cómo está viviendo esta sociedad posmoderna. Wikipedia nos lo resume de esta manera: “Cuentan que vivía un rey que se preocupaba mucho por su ropa. Un día escuchó a dos charlatanes, llamados Guido y Luigi Farabutto, decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna sino que los pícaros hacían lucir que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.
“Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verla. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabarla. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.
“Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.
“Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo: ‘¡Pero si va desnudo!’. La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo escuchó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile”.
Todo es gradual, todo es poco a poco. Nada es “violento” al principio. La sutileza es un arma primordial de Satanás desde que tentó a Eva (Génesis 3). Cosas que hoy aceptamos mansamente (y resignadamente en muchos casos) hubieran sido rechazadas abrupta y abiertamente por toda la sociedad hace apenas unas décadas. Esto funciona así en lo social y lo personal. Pequeñas concesiones, una tras otra, gradual y lentamente, hasta que se llega tan lejos del camino que la sensibilidad, la razón y las emociones están totalmente cauterizadas. En ese punto ya estamos preparados para aceptar cualquier cosa.
Lo que ayer se permitió, hoy se abusa. La hipocresía colectiva ha llegado a niveles que nunca antes llegó. Hasta existen “expertos” que nos pueden explicar racional y lógicamente las ideas, filosofías y modas más absurdas, y el que no las acepta es un desfasado y un ignorante, ya que lo que la mayoría acepta y todo aquello que le impusieron sin darse cuenta es “progreso”, es tener la mente “abierta” y es estar en la avanzada. Los seres humanos parecemos (y somos según la Biblia en Efesios 2.1) un ejército de zombies caminado hacia el abismo, sin plantearnos más nada.
Como sociedad, ante todas estas corrientes, filosofías o reingeniería social que nos están imponiendo, tergiversando los valores cristianos y morales que nos han sostenido, nos parecemos a los habitantes del país del “rey desnudo”. Pocos se atreven a pensar y plantear que nos estamos equivocando, hasta que algunos osadamente se animan a decir a la sociedad, que cree tener el mejor vestido, que en realidad está desnuda y hace el ridículo.
El sabio Salomón en el libro de Proverbios personifica a la Sabiduría como alguien que pregona un mensaje en las calles para que todos oigan: “La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas… (y dice): ¿Hasta cuando, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramare mi espíritu sobre vosotros…” (Prov1.22-23).