Si Dios estaba completo y no necesitaba de nada, ya que Él es suficiente en sí mismo, ¿para qué creó al hombre? No tenía necesidad. Algunos dicen que Dios creó al hombre porque Él es amor y el amor necesita dar y recibir y quería que el hombre sea el receptor y a la vez el dador de su amor, pero eso no es correcto bíblicamente, porque Dios, en su mismo concepto, es suficiente en sí mismo y no tiene necesidad de nada ni de nadie para estar completo, no necesita dar nada ni recibir nada.
La respuesta es sencilla, pero a la vez muy profunda: Dios creó al hombre para su gloria. De esta premisa tenemos que partir para tener un concepto correcto de Dios y del ser humano.
Dios habla de que toda su creación, y sus hijos e hijas de manera especial, fueron creados para su gloria. Leamos Isaías 43.7: “Todos los llamados en mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice”. Es por eso que estamos llamados a hacer todo lo que hagamos “para la gloria de Dios” (1 Corintios 10.31).
Esto es algo muy importante de entender para que tengamos una vida significativa. Cuando entendemos que Dios no necesitaba crearnos y que no nos necesita para nada podríamos llegar a la conclusión de que no somos importantes y que no somos nada. Pero las Escrituras nos dicen que hemos sido creados para glorificar a Dios, lo que significa que somos importantes para Dios mismo. Esta es una sencilla pero poderosa verdad, pues si somos importantes para Dios por toda la eternidad, ¿qué mayor importancia o significado podríamos querer?
No seríamos nada ni nadie si es que somos fruto del azar, del materialismo, pero desde el momento en que existe un Dios Todopoderoso que no necesita de nada ni de nadie y decide crearnos para gloriarse en nosotros, nuestra vida tiene sentido, significado, dignidad y valor, y así deberíamos vivir.
A esto surge una pregunta. Si nuestra existencia tiene sentido y propósito y es digna, ¿cuál es nuestro propósito en la vida? La respuesta también es sencilla y profunda: Nuestro propósito es cumplir la razón por el cual Él nos creó: para glorificarlo a Él. El rey David dijo en el Salmo 16.11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”.
Con estos dos versículos se resume el propósito del hombre: “Glorificar a Dios y gozarnos y deleitarnos eternamente en Él”.
La actitud normal del cristiano es regocijarse en el Señor y en las lecciones de la vida que Él nos da (Romanos 5.2-3; Filipenses 4.4; 1 Tesalonicenses 5.16-18; 1 Pedro 1.6-8). Todos estos versos nos hablan de que Dios, aunque muchas veces no lo entendamos, está obrando a nuestro favor y para su gloria eterna.
Repito, no es fácil entender y, menos, vivir estas verdades, de que Dios permite las aflicciones en la vida del creyente para su gloria, pero, a medida que Dios va tratando con nosotros y nosotros nos dejamos tratar con Él asumiendo cada cosa de nuestra vida con fe, Él nos va formando a su imagen y, pase lo que pase, nada nos separará del amor de Dios (Romanos 8.35-39). Lo que estos versos nos dicen es que, pase lo que pase, duela lo que duela, suframos lo que suframos, al final nos gozaremos eternamente en Dios. Nuestro libro de vida, la Biblia, termina diciendo que ganamos. El final de nuestra historia es la victoria eterna y, en medio de una vida tan dura, esa es una gran y bendita esperanza.