La oración es una comunicación con Dios de parte de los creyentes. La oración es una muestra de la dependencia que tenemos de Dios, y no de nuestras fuerzas. La oración es buscar la voluntad de Dios, no la nuestra. La oración es estar en la presencia de Dios.
La Biblia también nos habla de sinónimos de oración, como por ejemplo: clamar a Dios (Sal 3.4), invocar el nombre del Señor (Gn 4.26), elevar el alma al Señor (Sal 25.1), acercarse al trono de la gracia (Hebreos 4.16), y acercarse a Dios (Hb 10.22).
¿Por qué tenemos que orar? Primero, porque Dios nos lo ordenó. La orden de orar sale de la boca de los salmistas (Sal 105.4), de los profetas (Isaías 55.6), de los apóstoles (Col 4.2) y de Jesús mismo (Jn 16.24).
Segundo: La oración es necesaria para recibir bendición y poder de Dios. Jesús dijo que recibirían el Espíritu Santo si perseveraban en la oración (Lc 11.5-13). Es por eso que después de la ascensión de Jesús al cielo los discípulos perseveraron en oración en el aposento alto (Hch 1.14) hasta que el Espíritu Santo se derramó con poder en (Hch 2.1-4).
Cuando los apóstoles se reunieron después de su arresto y liberación de parte de las autoridades judías, ellos oraron fervientemente para que el Espíritu Santo les diera denuedo y autoridad para hablar sus palabras. Esto está en el libro de Hechos 4.24-31, donde encontramos algunos principios de la oración: Oraron primeramente entendiendo que Dios es soberano y Él tiene el control de todo (24), oraron conforme a la palabra de Dios (25, 26), oraron entendiendo que Dios tiene el control de todo y todo tiene un porqué (28), pidieron algo conforme a su voluntad y para que se cumpla el propósito para el cual Dios les había escogido, que es predicar su palabra (29) y oraban para que Dios se manifieste sobrenaturalmente (30). Resultado: Dios respondió sus oraciones.
Pablo reconoció que su llamado no llegaría a concretarse con éxito sin la oración y la dependencia de Dios. Es por eso que, insistentemente, rogaba a los creyentes que oren por él, en todas sus epístolas, como Ro 15.30-32 y 2 Cor 1.11. Santiago dice, claramente, que la sanidad física puede llegar al creyente como resultado de una oración de fe (Stg 5.14-15).
En el libro de Ex 33.11, leemos que Dios consideraba a Moisés como un amigo íntimo con quien podría hablar cara a cara. Esa relación especial se debía, en parte, al hecho de que Moisés estaba sinceramente dedicado a Dios y a su causa, sus deseos y sus propósitos. Moisés era uno con el Espíritu de Dios, a tal punto que compartía los mismos sentimientos con Dios, sufriendo cuando Él sufría y afligiéndose con Dios. Se afligía por el pecado y se dejaba tratar por Dios sin excusas: Moisés tenía un defecto gravísimo, él era tan iracundo que llegó a matar en un arrebato de ira. Por este motivo, Dios lo llevó 40 años al desierto, quitándole todo, humillándole para, luego de estar totalmente humillado, poder usarlo para su propósito, y él concluyó su carrera como el hombre más manso de toda la tierra (Números 12.3). Moisés era transparente, sin doblez, dispuesto a ser humillado. Por eso era amigo de Dios y hablaba con Él cara a cara.
Para que la oración sea eficaz, debe tener varios requisitos:
- Las oraciones no tendrían respuestas a menos que se tenga una fe sincera y genuina (Mr 11.24).
- Deben hacerse en nombre del Señor Jesucristo (Jn 14.13,14).
- La oración solo puede ser eficaz si se hace conforme a la perfecta voluntad de Cristo (1 de Jn 5.14).
La oración del Padre Nuestro dice: “Hágase tu voluntad así como en el cielo también en la tierra”. En el Getsemaní, en su momento de mayor aflicción, Jesús respetó este principio de soberanía divina al orar diciendo: “Mas no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22.42).