Es un tiempo de crisis y hasta diría traumático, muchas cosas nos han pasado desde que apareció todo esto: un cambio radical de nuestro estilo de vida en solo horas. Un encierro forzado por casi dos meses. Pérdida de trabajo. Economía resentida. Incertidumbre sobre lo que pasará en el futuro. Ansiedad de cómo sostendremos nuestras familias. Temor de contraer la enfermedad o morir, si no nosotros, nuestros padres o abuelos. Problemas de relacionamiento. Problemas de convivencia familiar y matrimonial. Desconfianza hacia las autoridades. Corrupción. Fake news. Noticias sensacionalistas. Teorías conspiratorias.
Consumismo excesivo de redes sociales y todo lo tóxico que se puede consumir ahí. Alimentación descompaginada, sobrepeso y sedentarismo a causa del encierro. No nos podemos abrazar, besar, ni tocar, ni acercarnos unos a otros (peor para nosotros que somos tan afectivos). No nos podemos congregar ni relacionarnos como hermanos en la fe. La preocupación por nuestros hijos y su educación. Ser maestros de nuestros niños (no estamos preparados ni tenemos paciencia). El miedo a enfrentar una persecución o una tribulación o la aparición del Anticristo, del chip del 666 o cuanta especulación escatológica haya.
Sin duda alguna, esto nos afecta, y mucho. Muchos se deprimen y hasta llegan al suicidio (yo supe de una persona cercana que se suicidó y otras dos que casi lo concretaron).
Sin duda, esta pandemia no solo es del covid-19, sino también una pandemia de pobreza, incertidumbre, ansiedad, temor y depresión.
Cuando vivimos una circunstancia fuerte, tendemos a creer que eso no pasará y que todo será ya así, pero no, pasa, y las cosas cambian. Tendemos a desesperarnos viendo el momento, pero la verdad es que solo es un momento. Dicen que las personas que se suicidan tomaron esa decisión en un instante, en el sentido de que, si se esperaba tan solo unos minutos más, capaz no lo hubieran hecho. Definitivamente, no tenemos que quedarnos en el momento, y tenemos que ver la vida con esperanza, ¿qué más podemos hacer?
Dios nos da, a través de la Biblia, una provisión espiritual: ánimo, esperanza y seguridad, porque los desafíos serían grandes, así como también nosotros lo esperamos. Somos valientes, porque confiamos en Dios y su Palabra y actuamos en fe con base en ella.
Baso mi esperanza en la Palabra de Dios. Mi esperanza está en las promesas de Dios, no en mis circunstancias. La Biblia es verdad porque es Palabra de Dios, y Dios sabe todo, aun el futuro. El futuro es seguro, porque Dios ya está ahí, Él ya nos lo dijo. Creo en la Palabra de Dios, porque le creo a Dios, no solo creo en Él. La Palabra de Dios limpia (quita todo obstáculo) mi camino (Salmo 109:9). La Palabra de Dios forma mi carácter. La Palabra de Dios aumenta mi fe (Romanos 10:17). La Palabra de Dios es mi luz en el camino (Salmo 119:105). La Palabra de Dios impide que peque contra Él (Salmo 119:11). La Palabra de Dios me da vida (Salmo 119: 25).
Mi fin está en los cielos, pase lo que pase. Si vivo, vivo para Dios; si sufro, sufro por el Señor; si muero, voy con el Señor al cielo, donde están todas mis promesas y está todo lo que amo: Dios, Cristo, los hermanos, mi morada eterna, mis promesas. Todo lo que vale la pena está en el cielo. Todo lo que está en la tierra, bueno o malo, es pasajero, menos la Palabra de Dios, que es eterna. Jesús dijo, en Mateo 24:35:
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
Dios dijo, en 1 Pedro 1:24:
“Porque: toda carne es como la hierba… la hierba se seca y la flor se cae; mas la Palabra del Señor permanece para siempre”.