En una sociedad posmoderna, donde lo que más se valora es la comodidad y el bienestar, hablar de salir de ella siempre resulta desagradable y hasta ofensivo.
Más que nunca, en este tiempo la cultura bíblica choca con una sociedad absolutamente egoísta y hedonista.
Pero la Biblia, y la misma realidad de la vida, nos llaman constantemente a salir de nuestra comodidad, si queremos llegar a otros niveles o lograr cosas. Un dicho dice: «Si no te animas a dejar la costa, no podrás cruzar el océano». Vivimos en un mundo donde aquellos que se nieguen a salir de su comodidad, muy posiblemente, terminarán frustrados.
En la Biblia vemos que siempre que Dios llama para usar a una persona, la invita a salir de su comodidad.
A Noé lo llamó para construir un arca (Génesis 6). Al hacerlo, lo llamó a dejar lo que estaba haciendo, invertir dinero y recursos para el proyecto, darle la responsabilidad de advertir a su generación del evento que se aproximaba, ser motivo de burla y persecución por su mensaje y por lo descabellado de su aventura, manejar la información de que el mundo, tal como él conocía, desaparecería, etc.
Vemos que cuando llama a Abraham, el padre de la fe y origen del linaje sanguíneo del Mesías en Génesis 12, lo llama a salir de su tierra, Ur de los Caldeos, donde tenía la seguridad de su familia y amigos, negocios montados, arraigo, liderazgo y protección, y a salir de su parentela, rumbo a una tierra desconocida que Dios le mostraría. Estaba destinado a caminar en el desierto, pasar peligros con reyes extranjeros, entrar en guerras, contender con sus propios súbditos, y estar dispuesto a entregar todo lo que más amaba, hasta su propio hijo, y todo esto en su vejez. Pero Dios quería usarlo. Él se dejó usar, y esto implicó salir de su comodidad.
Y así podemos ver la vida de los apóstoles, varios de ellos comerciantes, cambistas, pescadores, etc., con negocios ya establecidos, «dejarlo todo» y seguir a Jesús.
El desafío es grande. Jesús dijo al pescador Pedro: «Te haré pescador de hombres» (Mt 4.19). Era un llamado al liderazgo, a la influencia, al servicio, al sufrimiento y a la incomodidad.
Lo mismo con Pablo, un fariseo, hebreo de hebreos, de la tribu de Benjamín formado a los pies de Gamaliel, uno de los mayores intelectuales de su tiempo, que cuando Jesús le aparece camino a Damasco, haciéndole un llamado a servir y salir de su comodidad dice: «Y le enseñaré cuánto ha de padecer por mi nombre» (Hechos 9.16).
En el libro de Hebreos, capitulo once, podemos leer más de solo algunos ejemplos de hombres y mujeres llamados por Dios a salir de su comodidad y a ser trascendentes en beneficio de otros en esta vida.
Pero aunque ese llamado es duro e implica sacrificio, Dios siempre equipa y capacita para poder comenzarlo y terminarlo con gozo y poder decir, como el apóstol Pablo, cuando nuestra vida en esta tierra vaya acabando: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en ese día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Ti 4.7-8).
Vemos que a Abraham le dio como herramientas para ese gran llamado, siete promesas, las cuales nos pertenecen a todos aquellos que decidimos salir de esa comodidad y hacer lo que Dios nos pida, «haré de ti una nación grande», «te bendeciré», «engrandeceré tu nombre», «serás bendición», bendeciré a los que te bendijeren», «maldeciré a los que te maldijeres» y «en ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Génesis 12.1-3).