“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” Mateo 5.13-16.
La sal en el mundo antiguo tenía la función de conservar la carne, o sea, de refrenar la descomposición de peces o animales muertos, a fin de ser exportados o conservados a la intemperie por mucho tiempo. Ser sal es tener la capacidad de refrenar la podredumbre del pecado en mi vida, la de mi familia, la de mi comunidad. Mi estilo de vida, mi mensaje y mis reacciones refrenan la podredumbre, o sea, hacen que sea más difícil que el pecado fluya y se expanda, refrenan la maldad. Mis palabras y mis acciones e, incluso, mi presencia hacen que lo malo retroceda o se estanque en mi vida, mi familia y mi comunidad.
La sal no tenía tanto la función de salar sino de conservar, se usaba para “curar” los peces que iban a ser exportados a otros lados del imperio; para impedir su descomposición, los salaban abundantemente. Los peces ya estaban muertos y, naturalmente, tenían que seguir el proceso de descomposición. Si no era por la sal, la descomposición tomaría todo el cuerpo del pez hasta los huesos, pero la sal lo impedía. Así también, esta sociedad y todas las que hubo y habrá hasta que Cristo venga están descompuestas y, si no se refrena su maldad, se pudrirán completamente. Es por eso que nosotros los creyentes y la Iglesia, con su mensaje y su llamado, somos una sal que incomoda, pero que refrena la podredumbre moral de la sociedad.
Con la luz pasa lo mismo. La luz alumbra, sin luz todo es oscuridad, y en la oscuridad todo es igual, todo se ve oscuro. Así también, para la sociedad todo es igual o da igual moralmente y espiritualmente, el relativismo es total. Pero solo la luz hará que uno distinga lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira. La luz está puesta para ser vista, para alumbrar, no para estar escondida. Estamos llamados a ser referencia para el mundo con nuestras vidas, nuestras familias. Jesús habló de sí mismo como la luz del mundo en Juan 8.12, y en Juan 12.35 expresa:
“Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas, porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz”.
La relación de estas dos declaraciones es que Jesús es la fuente de la luz; los cristianos son el reflejo de su luz. Nuestra función es reflejar la luz de Cristo, como la luna del sol.
Una pregunta sincera de autoevaluación: ¿Considerás que tu fe, tu estilo de vida y conducta, o tu familia son una luz para los demás? ¿Sos una buena referencia de vida y valores para tu familia y la comunidad? Todo lo que no está edificado sobre la roca, cae. Un cristiano que retrocedió, una familia que se destruyó, un ministerio que se acabó, todo eso nos habla de que no estaban edificados sobre la roca sino sobre la arena, lo inestable, lo fácil, lo cómodo, lo superficial, lo trivial, y todo eso es un engaño, que a la larga trae dolor.