Los versos 3-18 del capítulo 3 del libro de Santiago, en el Nuevo Testamento, nos muestran dos tipos de sabiduría: una de lo alto, que viene de Dios, y la otra natural o humana. Es importante entender que cuando la Biblia habla de sabiduría no habla de cuánto “conocimiento” o cultura humana tenga una persona sino de cómo vive su vida y la capacidad de discernir, no solo lo bueno de lo malo sino elegir lo bueno y gozarlo; es la “perfecta ley de la libertad”. Por libertad entendemos tener la capacidad de decidir por lo bueno y vivir lo bueno, vivir conforme a lo que Dios quiere.
Para la Biblia, el concepto de sabiduría no es solo la acumulación de conocimiento sino la capacidad de aplicar lo bueno. Para la Biblia, el ejemplo supremo de sabiduría es Jesús. Él era la sabiduría encarnada (1 Co 1.30), pero también la Biblia llama sabia a la persona que refleja el carácter de Cristo en su modo de vida y es aquella persona que manifiesta los frutos del Espíritu en su vida (Gálatas 5.22-23).
Por otro lado, tenemos un hombre con sabiduría “humana”, y no hablamos de esa sabiduría que se refiere al conocimiento de la naturaleza o las ciencias sino a esa filosofía de vida ajena a Dios, contraria a Dios, a esos valores que fungen de “sabios” y “coherentes”, pero ofenden los mandamientos de Dios en su moral. Esa “filosofía”, falsamente llamada “ciencia” (1 Timoteo 6.20), que quita a Dios de la ecuación y trata la fe como un “fallo” o un “virus” que no nos permite vivir la vida “libremente”. El “serán como Dios” que dijo la serpiente a Eva en el Edén como promesa de desobedecer a Dios, de seguir sus propios criterios humanos y desentenderse de la verdad divina revelada y el señorío de su Creador sobre su creación. A esa “sabiduría” se refiere Santiago y la llama en el verso 15: “terrenal”, “animal” y “diabólica”.
Esta falsa sabiduría incorpora los principios de este mundo, los rasgos del hombre caído que se glorifica a sí mismo y no refleja una vida interior inspirada en Dios.
El verso 13 hace una pregunta desafiante: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?” La gente busca sabiduría, quiere saber cómo vivir la vida, busca gurúes que los guíen, ideologías humanas, hedonismo, una supuesta libertad que no es más que un libertinaje a sus instintos más básicos, sin dominio propio, violento, sensual, codicioso, pero no halla salida a un círculo vicioso de descontento emocional y miseria espiritual.
El verso 13 dice que, de manera natural, el que es verdaderamente sabio muestra un fruto poco atractivo para el mundo: la mansedumbre. ¿El mundo admira la mansedumbre? No, al contrario, le parece una debilidad en vez de lo que verdaderamente es, una fortaleza.
El verso 14 nos muestra el contraste. La “sabiduría” humana, totalmente contraria a la de Dios, es celosa, amargada, contenciosa, jactanciosa y mentirosa. Con estos criterios se manejan los hombres sin Dios.
En pocas palabras, la sabiduría humana está enfocada en satisfacer sus propios deseos. El egoísmo o la egolatría es la norma: “Hago lo que quiero”, “hago lo que me gusta”, “mi voluntad está por encima del otro”, “uso a los demás en beneficio mío”, “busco mi comodidad por encima de la de los demás”. El que tiene “sabiduría humana” es celoso, implacable, mezquino y egoísta en su trato. No entiende que el hombre verdaderamente sabio es un hombre manso, humilde y servicial. Jesús dijo: “Mírenme a mí que soy manso y humilde de corazón”, y también: “mayor es el que sirve”. El verdaderamente sabio no necesita jactancia, su humildad y mansedumbre le brindan autoridad y seguridad.