El mensaje central de la Biblia es la salvación del hombre (la raza humana). Desde el primer libro, en Génesis 3.15, ya aparece la primera profecía sobre los planes redentores de Dios.
En el mismo capítulo, luego de que Adán y Eva desobedecieran a Dios, se vieron desnudos. “Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales” para tapar su desnudez (Gn 3.7). En el verso 21, luego de que Dios determinó el juicio a ambos y a la serpiente por la desobediencia, vemos que les hizo túnicas de pieles y los vistió.
Lo interesante es que ellos ya estaban vestidos con las hojas de higuera que tejieron, entonces, ¿por qué Dios los volvió a vestir? Antes de la caída, la desnudez representaba transparencia e inocencia; luego de la desobediencia, vino a representar el pecado y la vergüenza. El pecado siempre trae como consecuencia la vergüenza. Entonces, ellos hicieron algo para tapar su pecado: tejieron hojas de higuera. Esto representa lo que el hombre hace con sus propias fuerzas y recursos (que siempre son limitados e incompletos) para tapar o justificar su pecado. En alguna medida, representa la religión, en el sentido de que usa la religión como un escudo psicológico que lo haga sentir mejor en medio de su carencia y pecado.
La Biblia nos enseña que el hombre por sí mismo no cuenta con capacidad ni recursos para solucionar su problema del pecado, pues está muerto espiritualmente a causa de la caída, rebelde a Dios y enemistado con él (Ef 2.1). El hombre no puede salvarse a sí mismo, necesita de un agente exterior que lo libere. Ese agente exterior es Dios.
Cuando se acercan Adán y Eva a Dios vestidos de la obra de sus propias manos (hojas de higuera), el Señor los vuelve a desnudar y les viste con “túnicas de pieles”. Estas túnicas de pieles representan el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz del Calvario, porque para que el Señor vista o tape la desnudez de Adán y Eva, tuvo que matar (sacrificar) un animal para la provisión de esa piel; o sea, se derramó sangre inocente, un animal del campo es sacrificado por la culpa del hombre. Esta es una representación clara del sacrificio de Cristo por nuestros pecados. Cristo, el Cordero de Dios, es sacrificado inocentemente para expiar (quitar) nuestros pecados, a fin de ser salvos por gracia (regalo inmerecido), pues no hay otra manera de llegar a Dios. Es por eso que Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; NADIE viene al Padre sino por mí” (Jn 14.6). El apóstol Pedro lo recalca en Hechos 4.12: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. El apóstol Pablo lo confirma en 1 Timoteo 2.5: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.
También Jesús declaró a sus discípulos que la obra expiatoria era parte de un plan eterno expuesto a lo largo de toda la Escritura: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24.26-27).
Por lo tanto, Jesús no es tan solo un maestro, o iluminado, o el fundador de una nueva religión, ni un profeta más. La Biblia declara inequívocamente que él es el Dios hecho hombre (Jn 1.1), el Salvador del mundo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y el único camino al cielo. Quien recibe a Cristo como su Señor y salvador será aceptado por Dios en el cielo: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Ro 10.9).