Las prioridades son aquellas cosas que ocupan el primer lugar en nuestros corazones; pero, a la vez, esas prioridades pueden no coincidir con la realidad. O sea, podría ser, por ejemplo, que para un hombre casado su familia sea, supuestamente, su prioridad, lo que más valora y ama, pero que en realidad tenga una doble vida, que tenga otras mujeres. Esa situación puede llevarlo a perder lo que más ama y valora, su supuesta prioridad, que es su familia. Y, aun así, no deja esa doble vida. Entonces, aunque en su corazón su familia es lo primero, en la práctica lo primero es su propio deseo egoísta porque, por no perder esa satisfacción sexual, está arriesgando la pérdida de lo que dice amar más o de lo que dice que es su prioridad. Sin embargo, no deja aquello que puede destruir a su familia. Por lo tanto, en la práctica, su prioridad es su propia satisfacción y deseo egoísta.
Un principio dice que lo que pongas en primer lugar en tu vida, eso alineará todo lo demás. Si es el trabajo, todo lo demás: tu familia, tu diversión y tu salud estarán subyugados a esa prioridad y serán afectados por ella. Si la prioridad de alguien es la diversión, todo lo demás: la familia, la salud, el dinero y el trabajo estarán por debajo y, en la práctica, serán beneficiados o perjudicados por la prioridad de esa persona.
Aunque los mandamientos morales de Dios son diez (Éxodo 20.1-17), están divididos en dos segmentos. En el primer segmento están en los cuatro primeros mandamientos, que nos hablan de la relación del ser humano con Dios. Los otros seis, en el segundo segmento, nos hablan del relacionamiento del ser humano con su prójimo.
El primer mandamiento del primer segmento es: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Esto determina los otros tres, o sea, si cumplimos este mandamiento que pone al único y verdadero Dios por encima de cualquier otro “dios” (sexo, dinero, poder, o cualquier otra cosa que ocupe el primer lugar en nuestras vidas porque lo que esté en primer lugar en nuestras vidas se torna en un “dios” para nosotros, por ser lo más importante) nos será fácil y natural cumplir los otros mandamientos de este segmento. Así también, el primer mandamiento del segundo segmento, que es el quinto mandamiento en el total de diez, que dice: “Honra a tu padre y a tu madre…” nos marca los otros cinco, que son: no matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no hablarás falso testimonio y no codiciarás. Si aprendemos a honrar a nuestros padres, los otros mandamientos, que tienen que ver con el respeto y la buena convivencia con los demás, fluirán de manera natural en nuestras vidas. Entonces, si ponemos a Dios en primer lugar, de manera natural, honramos a nuestros padres. Los otros mandamientos los cumpliremos y fluirán detrás de estos.
Es por eso que, cuando a Jesús le preguntaron cuál era el gran mandamiento (Mateo 22.36-39), él citó dos: “Amarás al Señor tú Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento”, y luego agregó: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Acá vemos cómo Jesús condensó los diez mandamientos en dos, y se relaciona con lo que expuse anteriormente. El primero: “Amarás al Señor tu Dios” tiene relación con el primer segmento del decálogo y, el segundo, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, con el segundo segmento. Si uno ama a Dios más que a todo y a todos, y a su prójimo como a sí mismo, entonces tendrá buena predisposición para cumplir todas las demás leyes, tanto las relacionadas con Dios como las relacionadas con su prójimo. Si uno ama a Dios y ama a su prójimo como a sí mismo, no robará, no matará y no codiciará.