Esta semana entramos en la recordación cristiana más importante: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Estoy seguro de que, a pesar de haberse criado la mayoría en una fe cristiana, poco realmente se entiende de este acontecimiento tan trascendental para el ser humano.
Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, con libre albedrío sin condicionamiento alguno, en libertad absoluta y solo condicionado a tomar una decisión. Esa decisión que tenían que tomar Adán y Eva era, justamente, la prueba de su libertad. Para que alguien pueda tomar su decisión libremente debe haber opciones, sino no se puede ejercer libertad. Entonces, Dios puso una.
Les puso un árbol en el huerto, del cual prohibió que consumiesen, bajo la advertencia de las consecuencias de hacerlo: la muerte. La otra opción era hacer caso a la serpiente, que les dijo que era bueno comerlo y que no morirían. Pero hacerlo implicaba desobedecer a Dios y creer a la serpiente.
Lo que ocurre en estos relatos en Génesis 3 es exactamente la situación que ha vivido el hombre durante toda su historia: obedecería a Dios o decidiría seguir sus propios caminos, ajenos a su Creador. Los resultados están a la vista.
El resultado de la desobediencia, por supuesto, fue comer del fruto; o sea, desobedecer a Dios y buscar ser como Dios o independientes de Él, siguiendo sus propios caminos.
Dios, al ver la desobediencia, pidió explicación del actuar de ambos. Luego de que Adán culpara a Eva y Eva a la serpiente (ninguno admitió su culpa, sino que responsabilizaron a otro, ¿algún parecido con la actitud de la raza humana en general?), Dios maldice a la serpiente y a la Tierra, pero no a Adán y Eva. Al contrario, les dice las consecuencias de su desobediencia y les da una esperanza, a la cual tenían que aferrarse en medio de tanto dolor que les esperaba por haber tomado la decisión equivocada.
Los viste de piel de animal para cubrir su desnudez (ellos se sentían avergonzados de estar desnudos, o sea, tenían vergüenza de quiénes eran; el pecado les robó su identidad). Ese animal muerto es el primer inocente muriendo por los pecadores y en ese relato ya vemos a Cristo. El inocente (Cristo) moriría en una cruz por los pecadores (nosotros) para quitar nuestro pecado.
Esa secuencia se ve en todo el Antiguo Testamento. Abel ofreció a Dios un cordero por la expiación de su pecado (Génesis 4). Miles de años después, se realiza el mismo ritual en Egipto para librar al pueblo de Dios de la esclavitud (Éxodo 12). Se estipuló como una ley y todo esto como un simbolismo del verdadero cordero, Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Esta semana recordamos el sacrificio de ese Cordero en Jerusalén hace casi 2.000 años. Y hasta el día de hoy sigue vigente la invitación de Cristo a aceptar esa gracia para salvación del alma, el perdón de pecados y la vida eterna. No hay otro camino (Juan 14.6).