La oración es un tiempo desperdiciado, si no se entiende su propósito. Nuestros motivos de oración deben de estar conformes a la voluntad de Dios, que es su Palabra (1 Juan 5.14-14).
Tenemos que entender claramente el cómo orar y por qué orar. Si no entendemos esto, no habrá motivaciones para seguir orando.
Básicamente, el orar debe ser con una motivación y un deseo por comunión con Dios (Salmo 42.1-2). La sensación de estar separados de Dios nos lleva a clamar por su presencia: Deseo su presencia, me siento solo sin ella; anhelo su comunión y eso me mueve a orar (Salmo 63.1-8).
Habíamos dicho que el Padre Nuestro es el ejemplo de oración más famoso del cristianismo. Jesús no nos lo dio para ser repetido de manera mecánica o como un mantra. Limitarlo a eso es quitarle toda la inmensa carga de enseñanza y riquezas que tiene en sí mismo.
Al orar debemos desear ver la gloria de Dios; remover el estorbo del pecado de nuestra vida (Romanos 3.23).
Vemos en el Salmo 32.1-7 que David, literalmente, se enfermó a causa de la culpa. Su cuerpo soltó bilis, su sangre se contaminó, su boca se secó, bajaron sus defensas corporales a causa de la angustia del pecado oculto, tuvo enfermedades de índole sicosomática y clamó. Demos preguntarnos: ¿Nos afecta así el pecado?, ¿así nos sentimos cuando fallamos a Dios?
«El verdadero hijo de Dios se siente genuinamente consternado al ver el pecado y la rebeldía de la sociedad hacia Dios y esto lo mueve a orar apasionadamente».
El mal se disfraza de muchas cosas, es sutil y complejo. La Biblia dice que Satanás tiene capacidad aun de disfrazarse de ángel de luz. Tenemos que pedir a Dios en todas las cosas discernimiento para vencer el mal. Salomón pidió a Dios discernimiento (1 de Reyes 3.9). Hay cosas que se disciernen espiritualmente (1 de Corintios 2.14). El discernimiento es un don que Dios da.
Debemos orar para que Dios nos dé conocimiento de Él y deseo de conocer más a Dios y que los demás le conozcan (Efesios 1.16-18).
Debemos de orar por el deseo de dar gracias por las bendiciones pasadas (Salmo 44.1-3). Si realmente estamos agradecidos a Dios por sus bendiciones pasadas, esto nos motivará a orar.
Otro motivo de oración es un deseo por aliviar el temor y la preocupación (Filipenses 4.6-7).
También un anhelo por la salvación de los perdidos (Romanos 10.1; 1 Timoteo 2.1). Esto habla de la compasión y el amor cristiano. El verdadero hijo de Dios se siente genuinamente consternado al ver el pecado y la rebeldía de la sociedad hacia Dios y esto lo mueve a orar apasionadamente.
Realicemos un examen espiritual: Si no quiero orar es porque está afectado mi deseo, y eso debe de ser analizado. Ver si estamos en la fe. Ver por qué estamos enfermos espiritualmente. Mirar qué terreno ya ganó Satanás en tu corazón y empezar a recuperar lo perdido.
Tomá decisiones. Solo vos podés hacerlo. Clamá a Dios que ponga en vos el querer y el hacer. Acercate a Dios para que él se acerque a ti. Mientras más buscas de Dios, más necesidad vas a tener cada vez de orar y buscar su presencia. Orá por los problemas de tu vida y de las aflicciones que te rodean. Alabá a Dios en todo tiempo para entrar en las profundidades del Espíritu.