Por encima de las metas y los logros que tenemos planificados para nuestras vidas, está el propósito por el cual vivimos. La búsqueda de ese propósito estará determinada por la cosmovisión que tenemos en la vida. Cosmovisión es la visión que tenemos del mundo. Cómo nos relacionamos con él.
David Noebel, en su obra “Entendiendo los tiempos”, escribe: “Cualquier ideología, filosofía, teología, movimiento o religión que provea un marco de referencia para acercarnos a un entendimiento acerca de Dios, del mundo y de las relaciones de los hombres con Dios y con el mundo es una cosmovisión”.
Todos los seres humanos tenemos una cosmovisión. Esto es algo que vamos formando a lo largo de nuestra vida; es decir, aquellas creencias que damos por sentado.
Las cosmovisiones funcionan como los lentes: los lentes correctos nos darán una visión adecuada de la realidad y, los equivocados, una visión equivocada. Si tengo una visión correcta, haré lo correcto ante esa realidad bien interpretada por mi visión.
Todos nosotros, consciente o inconscientemente, descansamos en alguna autoridad fuera de nosotros mismos; ya sea en la sociedad, la tradición, el Estado, una religión o la Biblia. Hay que hacerse preguntas como: ¿En qué autoridad nos basamos para distinguir la verdad del error, lo bueno de lo malo? ¿En qué autoridad descansamos para definir al hombre y su naturaleza? ¿Con qué autoridad determinamos las metas y los objetivos de la enseñanza que impartimos? ¿Con qué autoridad establecemos el tipo de disciplina que vamos a aplicar en nuestras vidas y la de nuestros hijos? Las respuestas que demos a estas preguntas dependerán de nuestra cosmovisión.
Hay dos cosmovisiones básicas en pugna en Occidente: El secularismo o materialismo. La palabra secularismo proviene del latín “seculum” o “siglo” o “mundo”, refiriéndose a lo “temporal”. Al añadirle el sufijo “ismo”, señala un “sistema de pensamiento y de valores”. Lo que tenemos es una cosmovisión que “ignora la realidad más allá del mundo presente”.
Se define también el secularismo como “un sistema que ve al mundo como fundamentalmente físico y limitado, controlado por la operación ciega o mecánica de leyes naturales impersonales, el tiempo y el azar. El secularismo renuncia a la realidad espiritual o trascendente. También se lo conoce como ‘naturalismo’, y es la visión que está prevaleciendo cada vez más en el mundo occidental”.
El secularismo se desentiende de Dios en todas sus actividades.
Para una persona que adopta esta filosofía, le es imposible encontrar trascendencia en esta vida. Al no haber trascendencia, no hay propósito. La persona con esta cosmovisión no tiene nada trascendente donde anclar su propósito de vida.
Solo Dios puede dar transcendencia a nuestras vidas. Jesús dijo en Juan 4.34: “Y esta es la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. Esto daba identidad a su vida, pues la identidad tiene que ver con un sentido de propósito, que es saber el principio y el fin de uno: “Respondiendo Jesús dijo:… porque sé de dónde he venido y a dónde voy…” (Juan 8.14).
El que asume una causa accidental o impersonal para todo lo que nos rodea debe asumir que no tiene nada que decir con respecto a las preguntas más relevantes de la existencia humana. Preguntas como: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿qué hago acá? Ante la infinitud del tiempo, ¿qué sentido tiene mi corta existencia? Las respuestas son obvias. No venimos de ningún lado y no vamos a ningún lado; no estamos haciendo nada acá, pues la vida carece de sentido y trascendencia. El panorama es absolutamente desolador, si uno lo piensa bien.