La cantidad de jóvenes que hemos recibido en la iglesia durante estos años con una salud física, mental y familiar totalmente destrozada a causa del engaño de las drogas, es inmensa.
Jóvenes preciosos con un gran potencial, llenos de sueños y oportunidades que han sido truncados por el engaño de que “la marihuana no hace daño”, y así dan su primer paso hacia un mundo tenebroso.
Alegan que el cigarrillo y el alcohol hacen más daño que algunas drogas. El cigarrillo, dicen, es una sustancia que produce adicción y enferma más que la marihuana (por todas las sustancias que las industrias le agregan al tabaco para hacerlo aun más adictivo). También el alcohol, que no solo enferma, sino que al desinhibir a la persona, provoca que esta haga cosas imprudentes, más aun si está al volante. Este argumento se podría decir que es una media verdad. La nicotina (cigarrillo) produce efectos a largo plazo, pero la marihuana, incluso usada de manera “recreativa”, trae consecuencias inmediatas en las que la consumen, por sus efectos en el cerebro. ¿Cuáles? Hay mucha información al respecto, es solo cuestión de querer verla.
Estoy de acuerdo con la industrialización de la marihuana para usos médicos o terapéuticos, ya que cuenta con muchas propiedades beneficiosas. El punto acá es que un gran porcentaje de las personas que son adictas a drogas más pesadas y dañinas han arrancado o pasado primero por la “inofensiva” manera “recreativa” de consumir marihuana.
Quiero aclarar que desprecio todo tipo de vicios o adicciones, aun las adicciones “no químicas” como la ludopatía (adicción a los juegos de azar) y la pornografía. No estoy “atacando” a una y “defendiendo” a otra, jamás. Solo estoy dando mi opinión en cuanto a un tema, a consecuencia del cual ya demasiadas vidas se han perdido.
Para que el narcotráfico se instale en una sociedad deben darse varios factores, entre ellos, por supuesto, la corrupción política. Pero también la demanda es muy importante y cada día hay más jóvenes que se meten en las drogas alegando,incluso, que “no hacen daño” (especialmente la marihuana), e ignorando a qué se están exponiendo una vez que la consumen de manera esporádica o regular, no importa. Una cosa lleva a la otra, y ese tipo de costumbres nos meten en círculos de personas que, por lo general, instarán o harán sentir cómodos a los incautos consumiendo sustancias aun más peligrosas.
Esto generará, por supuesto, más adictos; la demanda crece, se compra la sustancia de proveedores, lo que genera el microtráfico, y así hasta llegar a escalas de corrupción y crimen organizado a nivel nacional e internacional. Muchas de estas personas, que consumen y defienden el consumo de ciertos tipos de drogas ilegales, son también parte de este sistema corrupto. Así como también los padres que no atienden a sus hijos, ni les dan ejemplo, ni amor manifestado en tiempo invertido que necesitan para ser instruidos en la vida y enseñarles a tomar buenas decisiones.
El cambio de todo este sistema arranca de forma personal para que se vaya extendiendo a toda la sociedad, volcándonos a los valores cristianos, que no solo no hemos practicado sino que también hemos despreciado. Estos valores implican que los padres inviertan tiempo con sus hijos. Que pongan su prioridad en ellos. Que los hijos respeten a sus padres. Que haya justicia, lo cual implica que cualquier persona que esté involucrada en el tráfico de drogas pague sus crímenes. Que la corrupción sea condenada, etc. Todas estas cosas son valores bíblicos. El problema es que “ningún copo de nieve se siente responsable de una avalancha”, y cada uno somos parte, aunque sea pequeña, de la solución o del problema.