La palabra padre, en la Biblia, tiene como 26 significados. Entre ellos: fuente, protector, nutridor, proveedor, progenitor, iniciador, fundador, autor, creador, maestro, líder, cultivador, generador, transmisor, adiestrador, sustentador, patriarca, organizador, defensor, animador, gobernador, mentor, modelo, uno que lleva la carga, estabilizador, uno que endereza.
A través de estas acepciones, podemos ver la tremenda influencia que tiene el padre sobre los hijos. Jesús lo dijo en Juan 5.19: “…de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”.
Con estas palabras de Jesús y la misma experiencia de la vida, podemos ver que un padre da identidad a sus hijos y les ayuda a responder preguntas como: ¿Sabes quién eres? ¿Sabes de dónde eres? ¿Sabes a dónde vas? ¿Sabes por qué estás aquí? ¿Qué debes hacer? Todo esto lo define un padre. Y es así porque la figura de un padre, de manera natural, infunde respeto, protección, seguridad, afirmación, orientación y temor reverente.
Por lo tanto, la ausencia de este trae consecuencias, y una sociedad sin padres es una sociedad con falta de identidad, falta de visión, falta de rumbo, falta de respeto hacia Dios, complejos, confusión, etc.
La parábola por excelencia que nos muestra el carácter básico de Dios y su rol más importante, y a la vez el carácter básico del ser humano, es la “Parábola del Hijo Pródigo”. Vemos en ella a un padre amoroso, que busca reconciliar a sus hijos, generoso, perdonador. Por otro lado, sus dos hijos: uno desobediente, ingrato, avaro, inmoral, desleal e impío, que va fuera de la casa a buscar su plenitud e identidad para terminar deseando comer la comida de los cerdos. El otro, religioso, soberbio, inmisericorde, egoísta, envidioso, celoso y mezquino. Ambos hijos pródigos, uno pródigo físicamente y, el otro, pródigo del corazón.
Esta parábola que está en Lucas 15.11-32 está después de otras dos: La Oveja Perdida y La Moneda Perdida. Es una trilogía que nos habla de alguien perdido. La del Hijo Pródigo habla de la humanidad perdida, representada por estos dos hermanos, el impío y el religioso, y un Padre (Dios) que busca reconciliarlos entre sí y con él a través de Cristo (el Cordero que el padre ofrece en el banquete). Pero, más allá de eso, quiero quitar unos principios de paternidad y gratitud.
Vemos a un padre proveedor, no solo de lo económico sino que también es un proveedor de valores.
Vemos a un padre que, indudablemente, instruyó a sus hijos, pero una vez que ellos tomaron su decisión, les dio libertad de caminar el camino que ellos eligieran. Les soltaría, pero no en su corazón ni en sus oraciones. Estaría velando constantemente por el regreso del hijo. Un padre de fe y esperanza.
Vemos a un padre que estaba expectante para restaurar a su hijo. Él estaba expectante de su regreso y él estaba, día a día, mirando si volvía.
Vemos un padre que toma la iniciativa para la reconciliación. Él corre hacia su hijo y, antes de que él hable, lo abraza.
Vemos un padre restituidor, uno que da todo y más de lo que antes tenía a un hijo verdaderamente arrepentido. Un padre que busca reconciliar a los hermanos entre sí, intercede, apacigua, hace pensar, invierte tiempo, argumenta a favor de los hijos y de la unidad de su familia.
Ser un padre cristiano victorioso implica disciplina y humildad. No existen atajos, es un día a día, implica renuncia, aprendizaje, actitud. Implica que el egoísmo sea puesto a un costado. Implica carácter y arrepentimiento.
No hay fórmulas mágicas, hay que aprender, capacitarse, y todas estas cosas deben ser una renuncia en el día a día.