“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.13, 14).
El llamado de Cristo a tomar una decisión de caminar por el camino angosto y entrar por la puerta estrecha, nos está desafiando a seguirlo. Podría haber varios tipos de oyentes. Un tipo es aquel que lo rechaza de plano. Otro es aquel que se pone a un costado y admira a Cristo. Otros postergan la decisión para más adelante. Otros lo reciben inmediatamente.
Para el grupo que lo rechaza flagrantemente, no hay salvación, están irremediablemente condenados. Jesús dijo en Juan 3.18: “El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Para el grupo que admira a Cristo pero no se compromete también hay problemas. Jesús vino a buscar seguidores, no admiradores, y advirtió que el que no lo sigue no tiene parte con Él, y que tomemos nuestra cruz (o sea, estemos en las circunstancias que estemos) y le sigamos. Con respecto a los que postergan, el problema es que Jesús llama al arrepentimiento hoy (Hebreos 4.7). Solo llegan aquellos que lo reciben y empiezan a vivir sus vidas en dependencia de Él.
La Biblia habla de solo dos reinos, el de la luz y el de las tinieblas, que es un sistema: el del mundo. Este es tan antagónico al Reino de Dios que, se es amigo de uno y enemigo del otro, o se ama a uno y se aborrece al otro; no hay puntos medios (Santiago 4.4). Así también nos advierte que en esa otra “opción” solo hay vacío, dolor, y que es fugaz y mentirosa (1 Juan 2.15-17). Dios dice que para el que escoge este camino ancho no hay paz, y no importa cuánto nos quiera convencer un impío de que tiene paz, miente; y si cree que la tiene, está engañado y pronto caerá a cuentas (Isaías 57.20- 21).
Como Rey de reyes, Cristo vino a traer un reino tan especial que está separado de todo lo demás y es notorio. Como este reino no podría ser inventado por la mente humana, Él mismo vino a explicárnoslo, y lo hizo en todo el evangelio: “El Reino de los cielos es semejante a…”, “Las palabras que yo os hablo no son mis palabras sino las de mi Padre”, “La fe es como…”, “Un padre tenía dos hijos…”, “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”, “Ya no os llamaré siervos sino amigos… porque las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. También: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”, “Este es mi mandamiento; que os améis los unos a los otros”, “Sin mí nada podréis hacer”. Estas palabras están por todo el evangelio.
El desafío final de todo lo que nos dice es esto: “De esto se trata mi reino. La fe genuina demanda decisión y compromiso. ¿Están dentro o fuera?” Nos exige una respuesta, y hay solo dos opciones: el camino ancho o el estrecho.
Jesús fue determinante, y eso no es ser intolerante sino seguro, saber lo que uno quiere y cree. Esto está en contraposición con el relativismo asfixiante que vivimos. Un dicho dice: “Si no me puedes escribir en pocos segundos tu convicción en la parte de atrás de mi tarjeta personal, entonces no tienes ninguna, eres una persona vacía digas lo que digas”. Y es cierto. Jesús tenía una propuesta sencilla, y a nosotros nos toca dar una respuesta sencilla luego de meditarlo: sí o no.