Hace no muchos días, el mundo quedaba conmovido ante la muerte, en un accidente aéreo, de uno de los jugadores más admirados, talentosos y carismáticos de la mayor liga de basquetbol del mundo: Kobe Bryant. Tenía solo 41 años. En el accidente murieron, además, su hija Gianna, de 13 años, y otras siete personas.
También hace tan solo unas semanas, la noticia de un virus que tiene como epicentro la ciudad china de Wuhan amenaza con tomar el mundo. Países limítrofes cierran sus fronteras con China, se pone en cuarentena a más de once millones de personas y aparecen focos, como el de un crucero, el Diamond Princess, también en cuarentena en el puerto Japonés de Yokohama, con 175 personas de distintas nacionalidades contagiadas a bordo, más algunos casos en Europa e incluso en México.
A la par los paraguayos estamos peleando contra el dengue, que ya mató a decenas en todos estos años y otros miles que cada año se enferman. Literalmente, hay pocos paraguayos que no tengan parientes, amigos o algún conocido enfermo por el dengue. Todas estas situaciones han creado un ambiente un tanto tenso, incierto y hasta temeroso en el mundo entero.
Lo del basquetbolista y todo lo que generó su muerte inesperada le dice a la gente que si un hombre famoso, rico, poderoso, admirado, joven, sano y con una vida aparentemente “perfecta” muere de una manera tan trágica, entonces, ¿qué será de nosotros los seres humanos comunes y corrientes? Aunque sabemos que nadie, por admirado y famoso que sea, está libre de enfermedades y desgracias, de alguna manera, la psicosis colectiva no quiere o no registra que a este tipo de personas le puedan pasar cosas tan difíciles. Sin duda alguna, eventos tan traumáticos a personas tan admiradas deja una sensación de vulnerabilidad a todos los que las conocían y admiraban.
Como si no fuese suficiente con todas las noticias a diario sobre la realidad del coronavirus y su peligro para la salud global, Hollywood, por primera vez en su historia, da como ganadora del Óscar a la mejor película a una película extranjera: Parásitos (coreana) para crear aún más psicosis y morbo en el mundo entero.
Como pastor estoy recibiendo, cada vez más, a personas con problemas emocionales y psicológicos como la depresión, crisis de ansiedad y ataques de pánico, que se están volviendo más comunes cada día. Solo los que los padecen pueden realmente entender lo grave del tema y lo difícil que es vivir constantemente en un estado de temor a la muerte, a la enfermedad o la incertidumbre.
Ante todo esto y sintiéndome también conmovido como ser humano fui a orar y a meditar en la Biblia sobre todas estas cosas y me vino en mente un versículo en Hebreos 2.15:
“Y librar a todos los que por temor a la muerte estaban durante toda su vida sujetos a servidumbre”.
¿Qué significa eso? Que la muerte siempre ha sido un misterio para los antiguos (aún los del Antiguo Testamento) y esclavizó con temor a la humanidad, y aún hoy lo hace a millones, pero la resurrección de Cristo trajo luz y esperanza a la humanidad, ya que, si Él resucitó (su mayor promesa), significa que no mintió (ya que Él había asegurado que luego de su muerte resucitaría) y, si no mintió en algo tan grande y sobrenatural, podríamos también creer que la resurrección, la vida eterna, el cielo y su Segunda Venida son una esperanza firme, y podemos vivir confiados, aun en un mundo tan incierto y ante una realidad tan dura.
Para el creyente, el fin no está en la tumba, está en el cielo, y todas las aflicciones que pasemos en esta vida no son comparables con las bendiciones y la plenitud que tendremos en la presencia de nuestro Dios. Esto que digo, por supuesto, es una “locura” para los incrédulos, pero para el que cree es “poder de Dios para la salvación” (1 Corintios 1.18).