Dios quiere formar la imagen de Cristo en nosotros. En el libro de Romanos 8.29 dice: «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos».
Cristo es la imagen de Dios. Cristo dice, piensa, desea y hace lo mismo que Dios. En el libro de Colosenses 1.15 dice de Jesucristo: «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación». Por lo tanto, lo que Dios quiere es restaurar su imagen, que se perdió por la caída a causa del pecado. En el principio, el hombre tenía la imagen de Dios. Dice en Génesis 1.27: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó».
Tenemos que identificarnos con Cristo en su testimonio, en cómo él se condujo en su paso por este mundo. En 1 Juan 2.6 dice que «el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo».
¿Qué es «andar como él anduvo»? Es guardar sus mandamientos: «El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él» (versos 4-5). El que es realmente de Cristo, conoce su mensaje y lo lleva por obra. Es así de sencillo identificar a un verdadero cristiano.
En su propósito de vida. En Juan 4.34 dice: «Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra». La analogía que Jesús hace con respecto a «hacer la voluntad de su Padre» es muy sencilla y profunda: la comida. Por lo general, a todos nos gusta comer (a no ser que uno esté enfermo). Consumimos comida todos los días, varias veces al día. Al despertarnos, lo primero que hacemos es desayunar y de ahí hasta la noche, antes de acostarnos, volvemos a comer. O sea, empezamos y terminamos el día comiendo. El que no come, muere. Es tan esencial la comida que, si tan solo dejamos de comer por algunas horas, perdemos fuerzas y necesitamos volver a alimentarnos. Así debe ser el hacer lo que Dios nos pide. Es tan urgente e importante para un verdadero cristiano hacer lo que Dios pide que, sin eso, no podría vivir. Nos gustaría mucho hacerlo (como nos gusta comer) y buscaríamos realizarlo varias veces al día, en cada oportunidad que tengamos durante todos los días de nuestra vida, y si no lo hacemos, sentiríamos que no tenemos fuerza e, incluso, sentiríamos morirnos. Así era Cristo con respecto a obedecer a su Padre de los cielos.
En su paz. En Juan 14.27 Jesús dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo». La paz es algo que tenemos que tomar por fe. Sería imposible tenerla o buscarla en las circunstancias de una vida tan incierta como la que vivimos en este mundo. Jesús se caracterizaba por una paz que estaba por encima de las circunstancias. La verdadera paz no consiste en tenerla durante la ausencia de problemas sino en tenerla en medio de ellos.
En su actitud. Filipenses 2.5 dice: «Haya, pues, en vosotros ese mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús», y el contexto de este versículo nos habla de humildad, de humillación en la motivación con que hacemos las cosas (no hacer nada por vanagloria, ni contienda, expresa el verso 3), servir, etc. Dios promete una recompensa a los que viven así.