¿Dónde estás? Esa es la pregunta que Dios le hace a Adán después de la caída en Génesis 3.9. Esa pregunta se sigue haciendo al hombre en su situación actual. ¿Dónde estás? Esa es la pregunta que se hace a sí misma la raza humana desde que perdió su comunión con Dios. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Hacia dónde voy? Las respuestas podrían ser varias, pero todas dicen lo mismo: Estamos desorientados, desconcertados, confundidos… perdidos.
Francis Schaeffer dijo: “El dilema del hombre moderno es claro: no sabe por qué el hombre tiene significado en sí. Está perdido”. Interesante.
Para el hombre posmoderno, todo carece de sentido. La visión materialista dice que no hay propósito, sentido, dirección, trascendencia ni esperanza. Todo lo que hay y todo lo que somos es una casualidad absoluta, sin rumbo ni propósito y, en medio de todo esto, estamos nosotros en la misma condición.
Todo es relativo, no hay verdades absolutas, no hay parámetros, no hay jueces y, al final, no hay ni mal ni bien, todo es relativo, especialmente la moralidad.
Escuché hace poco que una persona mostró a otra un “edificio posmoderno”. “¿Qué es eso?”, replicó el sorprendido acompañante. “Conozco edificios inteligentes, edificios ecológicos, edificios medievales o modernos, pero, ¿posmodernos?”,agregó. El otro le respondió: “Sí, posmoderno, porque tiene un montón de habitaciones que no se sabe bien para qué sirven; escaleras que terminan en la nada; ventanas que no cumplen función alguna; puertas que no te llevan a ningún lado. Es un edificio posmoderno, no tiene sentido ni propósito específico”. “¡Ah!”, exclamó: “Entiendo. Solo espero que los cimientos no se hayan hecho con el mismo criterio”.
Y sí, muy posiblemente los cimientos están hechos con el mismo criterio: sin fortaleza, sin sentido e incapaz de cumplir su función. Pronto caerá y “será grande su ruina”, como dijo Jesús del hombre necio que edificó su casa sobre la arena (Mateo 7.24-29).
La vida solo tiene sentido y halla un propósito en Dios y en la trascendencia. Nuestra alma anhela significado, propósito y transcendencia y, si alguien dice no necesitarla, o se está engañando o no piensa.
A una persona que adopta esta filosofía de vida, le es imposible encontrar trascendencia en esta vida. Al no haber trascendencia, no hay propósito. La persona con esta cosmovisión se “entretiene” en esta vida, pero sentido de propósito no va a encontrar.
Uno de los mayores ateos del siglo XX, Bertrand Russell, dijo:
“A no ser que demos por hecho la existencia de Dios, la vida del hombre carece de sentido”.
Y esto es sencillamente así, ya que algún día moriremos, volveremos a la tierra, este planeta será absorbido en algún futuro por el Sol cuando se enfríe, y así, toda la información que podamos tener se perderá. No es posible encontrar trascendencia en este sistema de pensamiento.
Si el naturalismo o secularismo es verdad y es una casualidad todo lo que vivimos, entonces vendría a ser como un niño que se tropieza con una lata de pintura que se esparce por el piso; sería tonto tratar de encontrar algún mensaje oculto o sentido alguno a las manchas que quedaron allí.
El que asume una causa accidental o impersonal para todo lo que nos rodea, debe asumir que no tiene nada que decir con respecto a las preguntas más relevantes de la existencia humana. Preguntas como: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué hago acá? Ante la infinitud del tiempo, ¿qué sentido tiene mi corta existencia? Las respuestas son obvias. No venimos de ningún lado y no vamos a ningún lado, no estamos haciendo nada acá, pues la vida carece de sentido y trascendencia. El panorama es absolutamente desolador, si uno lo piensa bien.