En el libro de Santiago 1.18 dice: “Él (Dios), de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad (la Biblia), para que seamos primicias de sus criaturas” (paréntesis añadido).
Los siguientes versículos, del 19 en adelante, nos dicen, de manera práctica, cómo podemos mostrar que realmente somos frutos de su Palabra, o sea, creyentes convertidos nacidos de nuevo.
Como todo el libro de Santiago, nos muestra la justicia práctica que debe tener todo seguidor de Cristo. Fuimos engendrados por la Palabra de Dios y debemos manifestar la Verdad de Dios y la fe solo puede ser vista por sus frutos.
Así como en lo natural, un hijo tiene características de sus progenitores, como los rasgos físicos, temperamento, hábitos, etc. Y eso comprueba que es hijo de sus padres, por reflejar características inequívocas de ellos. Así también, el que es “engendrado” por la Palabra de Dios refleja un estilo de vida coherente con ese mensaje que es hijo de esa Palabra. O sea, la verdad de esa Palabra refleja, así como el hijo, características físicas parecidas a los padres, la verdad de esa Palabra que lo engendró espiritualmente.
En el verso 19, Santiago insiste, como en todo el libro, que el dominio propio o el control de la lengua es un área a ser conquistada por el creyente y dice: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Pronto para oír la palabra de Dios, tardo para emitir juicio o dar un comentario necio y tardo para airarse.
Santiago 3.1-12 nos exhorta a dominar la lengua y nos dice, en el verso 3.7, que el hombre puede dominar bestias salvajes de cielo, tierra y mar, pero no tiene la capacidad de controlar este pequeño miembro del cuerpo que se jacta de grandes cosas, que es como un pequeño fuego que enciende todo un bosque, un mundo de maldad que contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación e incluso el mismo infierno.
Habla de la incoherencia de bendecir a Dios y con la misma lengua maldecir a los que Dios ha creado, a otros seres humanos. De manera práctica, nos pone un ejemplo de árboles frutales que dan su fruto según su especie y, así como un árbol de peras no puede dar manzanas y con eso demuestra que no es un manzano, así también el cristiano que no tiene frutos de buenas obras, moral, valores, palabras y fe coherentes con la Biblia demuestra que aún no ha nacido de la Palabra de Dios.
Es posible leer la Biblia sin dejar que la Biblia nos hable. Podemos llegar a conocerla sin que esta produzca un cambio verdadero en nuestras vidas. El pecado, la dureza, el orgullo o la vanidad nos hacen estar cerrados y poco receptivos a ella. La Biblia hay que leerla con humildad, y esto significa leerla con receptividad, dando oportunidad a que la Biblia nos señale nuestros errores y ser dóciles para reconocerlos, admitiendo que esa verdad tiene que cambiarnos. Salmo 25.9 dice: “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su camino”. Isaías 66.2 dice: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”. Jesús dijo en Mateo 5.3: “Bienaventurados los pobres de Espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”.
El libro de Santiago 2.21b dice: » …recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”. La “palabra implantada” habla de una palabra que obra “desde adentro” del creyente. Muchos tienen y oyen la palabra “desde fuera”, o sea, son ajenos a ella, pero la “implantada” fluye del interior del creyente y genera salvación y cambio en nuestras almas.