La fe y la visión siempre van de la mano. La fe te da visión y sin fe la visión no se concreta.
Hay pocas cosas que dan tanta fortaleza a nuestra fe como una visión dispuesta por Dios.
Un autor señaló en una oportunidad que la fe, en sentido espiritual, es: «la confianza en que Dios es quien dice ser, y va a hacer lo que ha prometido hacer».
La fe no es un poder o una fuerza, ni tampoco un medio por el cual vamos a obligar a Dios a hacer algo en contra de su voluntad. Es una expresión de confianza en la persona y el carácter de Dios.
Tener una visión y aceptarla como nuestra es, ya en sí, un acto de fe. O sea que, ir caminando ya en aquello que creemos que Dios va a hacer con nosotros es un acto de fe que desata la bendición de Dios sobre nuestras vidas. Santiago dijo que «la fe sin obras es muerta». Tenemos que estar activando en algo y hacer en fe ese trabajo para ver los resultados. Hacer esto es vivir por fe.
Cuando abrazamos una visión antes de que nada haya sucedido, estamos proclamando nuestra confianza en la persona y el carácter de Dios. Esto es un acto de adoración porque es una declaración de confianza en Dios. Es una declaración con hechos de que «creemos en la agenda que tiene Dios para nuestras vidas». Cuando vivimos en obediencia estamos viviendo en adoración, y esto trae honra a Dios.
No hay nada que le honre más a Dios que tomar decisiones vitales en base a su palabra y en lo que Él ha afirmado. Aun hay más honra para Él cuando las circunstancias son adversas, porque, de ser así, andaremos por fe, no por vista.
Mientras más difíciles sean las circunstancias, más honra recibe Dios, porque, mientras más improbable sea el cumplimiento de nuestra visión, necesitaremos más fe aun. Por lo tanto, mayor es el potencial de gloria para Dios.
La fe y la visión producen tensión, producen presión. Solo quien no está involucrado en nada no tiene presión, porque no tiene responsabilidades y nada le importa. Por eso, el que nos sintamos presionados es un buen indicativo de que estamos aún con vida, con responsabilidad, con visión, pasión y propósito.
La Biblia está llena de hombres y mujeres que batallaron así, eran visionarios. Abraham, Moisés, Josué, Nehemías, David, Daniel, Pablo, Pedro, etcétera, fueron hombres de fe y visión. Esto les acarreó mucha presión y esta presión les formó, les maduró, les levantó. Se habían entregado a lo que podían y tenían que hacer, a pesar de lo que veían a su alrededor.
Abraham ejerció su fe y Dios le dio una visión de ser padre de naciones cuando era viejo y estaba casado con una mujer estéril.
Moisés, cuando hacía ya cuarenta años vivía de pastor en el desierto, fracasado y frustrado por no poder hacer lo que Dios le había pedido fue levantado por Dios a los 80 años como el líder político y espiritual de toda una nación.
Josué era un esclavo, hijo de esclavos, nieto de esclavos y lo único que sabía hacer era ladrillos. Sin embargo, Dios le levantó como líder político y militar de Israel y comandante en jefe de su ejército, que conquistó Canaán.
Nehemías era un humilde copero (el que sirve el vino) y terminó de líder de toda una nación y devolvió a todo un pueblo su dignidad e identidad espiritual. David era un pastor de ovejas prófugo en las cuevas del desierto y fue rey de Israel. Todos ellos tienen en común que Dios les activó la fe dándoles una visión y una vez que empezaron a perseguir esa visión comenzaron a ser respaldados por el Creador de los cielos y la tierra.