Tenemos que entender que, cuando Dios creó a Adán y a Eva, los hizo una pareja con el fin de formar una familia (Gn. 1.28; 2.24).
Y esa primera pareja o matrimonio decidió que viviría su relación sin tener en cuenta a Dios. Al ceder a la tentación de comer el fruto prohibido, lo que hicieron fue quitar a Dios de en medio de ellos y vivir según sus propios parámetros, ya que ellos serían “dioses”, según propuso la serpiente (Gn. 3.4-6).
Desde un primer momento, Dios tuvo un trato muy especial con las familias. A Abraham le dijo que en él serían benditas las familias de la tierra (Génesis12.3).
Vemos que Dios siempre trató con familias. Salvó una para guardarla del diluvio, escogió una para empezar un linaje mesiánico (Abraham, Isaac y Jacob) y, al final de todo, la Iglesia (todos los creyentes de todas las épocas) será la esposa de Cristo. O sea, la historia de la humanidad arranca con un matrimonio y termina con un matrimonio: Cristo y la Iglesia.
Por eso es que el matrimonio y, por ende, la familia, fue lo más atacado desde un principio. Adán y Eva como matrimonio sucumbieron a la tentación del enemigo; su familia fue atacada y hubo envidia, asesinato y división. Noé también: una borrachera descubrió el terrible corazón de su hijo Can y generó una maldición milenaria de parte del padre hacia el hijo. Abraham también fracasó con sus hijos Ismael e Isaac. Así también, vemos que Isaac cayó en favoritismos en su familia y sus hijos se engañaron, odiaron y se dividieron. La cosa continuó en Jacob, con poligamia, engaño, luto, y así a lo largo de la historia y hasta nuestros días.
La unión matrimonial de un hombre y una mujer es el reflejo de la unión de Cristo con la Iglesia, la cual es, en principio, indisoluble, pues son “una sola carne” y “un mismo espíritu”. Es una unión “hasta que la muerte los separe”, y el Señor advierte que “lo que él ha unido ningún hombre se atreva a separar” (Mateo 19.4-6).
Dios dijo que aborrece el divorcio (Mal. 2.16) y, por causa del adulterio sin arrepentimiento, que es el único motivo que Jesús señaló explícitamente (hay otros casos, pero ahora no vamos a desarrollar eso), Dios dice que, de una manera especial, juzgará a los que destruyen familias (suyas u otras) con inmoralidad sexual (He 13.4).
El matrimonio es la unión de dos personas en una sola carne. Esto es un misterio, dice la Biblia, y es una verdad: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. GRANDE ES ESTE MISTERIO, pero hablo con referencia a Cristo y su Iglesia” (Ef 5.31, 32).
En Génesis 2.21 al 23 dice que Dios quitó del cuerpo de Adán para hacer a Eva y, cuando Adán vio a Eva, dijo:
“Esta es huesos de mis huesos y carne de mi carne, será llamada varona”, y en el verso 24 Dios ratifica esa declaración diciendo que “el hombre dejará a su padre y su madre y ambos serán una sola carne”.
Cuando Dios creó a la primera pareja, lo hizo en un ambiente ideal: hombre y mujer capacitados física, emocional y espiritualmente para recibir gozo y placer. El ambiente era perfecto: un jardín paradisíaco, clima, ambiente, comida, compañía… todo perfecto. Estaban desnudos, o sea, había transparencia de vida, lo cual nos da seguridad y admiración. Ambos en una comunión perfecta con su Creador y con propósitos claros: reproducirse, cultivar el Edén, gobernar sobre toda criatura. Cuando Adán y Eva pecaron, se separaron de Dios, del ambiente ideal que Dios les dio, y entre ellos mismos; les esperaba soledad y muerte a ambos.
Dios desea que ese ideal original lo vivas en tu familia, pero para ello solo necesitamos algunas pocas cosas: fe, obediencia, humildad y amor.