Estaba reflexionando con mi hijo sobre Génesis 3.1-5, donde Eva desobedece el mandato de Dios de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque de hacerlo morirían (Gn. 2.17). La serpiente contradijo flagrantemente el mandamiento de Dios y sus consecuencias, instando a Eva a comerlo,argumentando que Dios no era tan bueno ni tan sincero con ellos, ya que, si comían, no solo conocerían todo sino que serían como Dios y, lo más importante, no morirían.
Eva sucumbe a la tentación y luego da a Adán del fruto, el cual también él come. El relato bíblico nos dice que luego de esto Dios decreta el castigo por la desobediencia y, luego de recibir una promesa de salvación y ser vestidos con pieles de animales (Gn. 3.15, 21), son echados del jardín del Edén.
En ese momento mi hijo me pregunta: “Papá, Dios les dijo que morirían, la serpiente que no, y cuando Adán y Eva comen del fruto, ¡no murieron! ¿La serpiente dijo la verdad?”. Luego de felicitarlo por tal interesante observación, le expliqué que Dios no mintió, la serpiente fue quien lo hizo.
En primer lugar, sí murieron. Murieron inmediatamente en su espíritu y en su comunión con Dios (se escondieron de Él) y empezaron a tener sensaciones emocionales desagradables que nunca sintieron (tuvieron miedo Gn. 3.10). También su primer hijo, Caín, se convirtió en el primer asesino de la historia, matando a su hermano Abel por envidia (Gn. 4.8). La muerte física de Adán se concretó años después, pues envejecieron y finalmente murieron (Gn. 5.4, 5). Al final se cumplió todo lo que Dios dijo.
Mi pequeño hijo pensaba, tal vez como muchos, que las consecuencias de nuestros pecados o desobediencias son inmediatas, pero vemos que en la mayoría de los casos no es así.
Por lo general, el pecado y la desobediencia resultan dulces y agradables al principio (como lo sintió Eva luego de probar el fruto del árbol, según Gn. 3.6). Un hecho de corrupción, al principio, parece algo muy ventajoso y resulta en un atajo muy tentador para volverse rico de manera fácil, pero a la larga todo sale a luz y nuestro nombre y el de nuestra familia es mancillado y terminamos en la cárcel o perdiéndolo todo. La mujer ajena nos puede llegar a parecer la más bella y atractiva de todas y un encuentro con ella promete sensaciones intensas, pero con el tiempo podría destruir nuestra familia y herir, hasta de muerte, la vida de todos los involucrados y, repito, destruir una de las pocas cosas que valen la pena en esta vida: nuestra familia.
Las drogas o cualquier tipo de vicios también son atractivos y placenteros al inicio, pero la historia de todos, sin excepción, es de enfermedad, mucho dolor y, en muchos casos, muerte.
Para un joven, el desobedecer a los padres hasta es sinónimo de libertad y disfrute, pero con los años vienen las consecuencias dolorosas y frustrantes de esas malas decisiones y, en muchos casos, ya no hay vuelta atrás.
El pecado es sutil, seduce, promete grandes cosas,pero su dosis de placer tiene plazos y al final el interés a pagar es, por lejos, superior a cualquier placer o satisfacción momentánea que se haya sentido. Así fue con Adán y Eva, así también fue con la historia de miles de millones de seres humanos; así sigue siendo y así seguirá siendo hasta la redención que nuestro Señor nos prometió al final de los tiempos. El ser humano no puede salir por sí mismo de ese círculo vicioso de necedad y rebeldía intrínseca hacia su creador y benefactor.
Repito, por alguna razón pensamos que las consecuencias de nuestra desobediencia son inmediatas, pero en la mayoría de los casos no es así.
Finalmente, le dije a mi pequeño: “¿Vos solés ver los cementerios?”. Me respondió que sí. Pues bien, Dios dijo la verdad y Satanás mintió.