Solamente podemos exigir aquello que hayamos sembrado. Si queremos perdón, tenemos que perdonar; si queremos ayuda, tenemos que ayudar; si queremos sinceridad, tenemos que ser sinceros. Todo lo que sembremos cosecharemos.
En el libro de Gálatas 6.7-10 dice: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe».
Como esto es un principio divino, es universal y su cumplimiento es seguro.
Y es que podríamos decir también que las siembras son sinónimos de decisiones, y como siempre estamos tomando decisiones, siempre estamos sembrando. Es por eso que tenemos que atender muy bien qué decidimos, porque cosecharemos nuestras decisiones que se han convertido en acciones.
Otra cosa que nos enseña este principio bíblico es que es «más importante saber hacia dónde estás yendo que dónde estuviste». No digo que no sea importante dónde estuvimos, pues el que no reflexiona acerca de su pasado, tiende a cometer los mismos errores. Lo que quiero decir es que es más importante saber qué decisiones tomar ahora con respecto al futuro y saber qué queremos para el mañana, que lamentarnos y estancarnos con los errores que hemos cometido. Los errores tienen una sola función: aprender para no volver a cometerlos.
No tenemos que vivir en base a los recuerdos sino en base a los proyectos y planes.
El mirar hacia adelante tiene mucha relación con la fe. Sin fe es imposible agradar a Dios, dice en Hebreos 11.6. Por lo tanto, es importante estar constantemente mirando hacia el futuro, expectantes de que Dios puede hacer mucho más de lo que nosotros podríamos lograr con nuestras propias fuerzas. Depender de un Dios soberano nos hace ser humildes y buscar confiadamente hacer su voluntad, que siempre llena el alma de todo aquel que desee trascendencia y paz en su vida.
En Lucas 9.62 Jesucristo dijo: «Ninguno que tomando el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de los cielos». En el contexto en que habla dice que tenemos que tomar una decisión de olvidar el pasado y mirar hacia el futuro para poder servirle de manera eficiente. Entonces, nuestra vida actual es resultado de lo que sembramos anteriormente. Hoy estamos viviendo, en gran parte, lo que sembramos ayer.
Solamente podemos exigir aquello que hayamos sembrado. Si queremos perdón, tenemos que perdonar; si queremos ayuda, tenemos que ayudar; si queremos sinceridad, tenemos que ser sinceros. Todo lo que sembremos cosecharemos.
Para cosechar, primero necesitas plantar y, para plantar, necesitas una semilla. La Biblia dice que «Dios da semilla al que siembra» (2 Corintios 9.10). Dios es el proveedor de recursos para sembrar. Podemos sembrar talentos, dones, tiempo, dinero, perdón, oportunidad, consejo, etc., y todo esto tiene un fin: hacernos generosos y dar a todos deliberadamente (verso 11).
El Salmo 126.5 nos advierte que muchas veces la siembra es dolorosa y conlleva lágrimas, pero su fin es de gran gozo: «Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán». Por eso, el apóstol Pablo, en Gálatas, nos alienta diciendo: «No te canses de hacer el bien, pues a su tiempo segarás, si no desmayas».
La cosecha siempre es desproporcionalmente mayor a la siembra. La cosecha es el único paso del proceso que se da de forma natural, es imposible evitarla. El último paso después de cosechar es volver a sembrar, así el ciclo continúa y no se detiene.