Este fin de semana se festeja el Día de los enamorados y me pareció oportuno escribir acerca de algunos principios bíblicos sobre el amor entre un hombre y una mujer, que estén en una relación de amor y quieran formar una familia.
En la sociedad actual muchos creen que amor es sinónimo de sexo y tiene fecha de vencimiento. Por el contrario, la Biblia enseña que una relación amorosa es sinónimo de compromiso, respeto, dedicación, servicio y amistad, que nos lleva a proyectar una vida juntos, basados en esos valores.
En el libro Cantar de los Cantares encontramos una relación de amor entre el rey Salomón y la sunamita, su amada, y podemos quitar de el muchos principios para alcanzar plenitud en una de las relaciones más bellas, pero más atacadas y malentendidas de este tiempo.
En realidad, el amor descripto en ese libro es una alegoría entre el amor de Cristo y su Iglesia y el grado de entrega y compromiso que existe en ambas partes.
«Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo; porque fuerte es como la muerte el amor;… Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los ríos» (Cantares 8.6-7).
El sello es la garantía de una transacción terminada. El sello recién es impreso en el papel cuando la transacción ha concluido y está todo arreglado y ambas partes están conformes.
Es también una marca de pertenencia, de que se ha pagado el precio y que se está conforme. Es por eso que los sellos son elocuentes con una sola palabra: «PAGADO», «ENTREGADO», etc. También es un símbolo de autoridad. Los reyes en la antigüedad sellaban con sus anillos todo decreto a ser cumplido. Ni el rey mismo podía ir contra ese sello, una vez lacrado el documento.
Este sello va en el corazón y, según la Biblia, el corazón es el bien más preciado que tiene el ser humano: «Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón porque de él mana la vida» (Pr 4.23). Nada nos puede afectar más o bendecir más que cuando el corazón está involucrado.
Podemos decir, entonces, que el amor en el matrimonio es algo que se debe de concretar solo cuando ambas partes están comprometidas en sus valores más profundos. Es el deseo de Dios que el matrimonio se concrete en compromiso, cuando se haya pagado un precio, puesto a prueba, de común acuerdo, con idénticos sentimientos y una misma visión, porque cuando hay dos visiones se convierte en una di-visión.
El matrimonio implica autoridad y «puertas abiertas» para que se cumpla lo sellado. Cuando un mensajero llevaba el documento sellado por el rey, nadie podía detenerlo. Todos tenían que dar paso, no importando la provincia que cruzara, ese decreto tenía que llegar a destino y ser acatado. Así debe ser el matrimonio, un avance constante hasta llegar a destino, sin nada que lo detenga.
El amor es fuerte como la muerte. El que muere ya no vuelve más y la muerte es persistente e inamovible, alcanza a todos y no se detiene ante nada. El verdadero amor es así, se juega al todo por el todo, sin condicionamientos. El amor no condiciona.
«Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los ríos». Este pasaje me lleva a las enseñanzas de Jesús en Mateo 7.24, donde nos dice que todo amor pasará por pruebas y dificultades, pero si lo edifican sobre la roca, que es Cristo, sobre algo sólido y estable con valores bíblicos eternos, estas dificultades no podrán derrumbar un amor comprometido. Los ríos representan las situaciones difíciles que pasaran quienes se aman. Comprometerse y entregar el corazón a una persona no es poca cosa, es una decisión que puede marcar el rumbo de nuestras vidas. Hazlo con sabiduría y prudencia.