«Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos’. Amén». Mateo 6.7-13
Acá Jesús nos enseña a orar. Al decir «no uséis vanas repeticiones» no está prohibiendo la perseverancia o insistencia en la oración sino que insta a que no seamos repetitivos sin sentido.
El recitar mecánicamente una oración es un tipo de plegaria pagana que consiste en repetir constantemente una oración aprendida para que Dios responda. Este tipo de oración lo que nos quiere decir es que Dios no es que oirá por ser bueno y misericordioso sino por una fórmula preestablecida que lo obligará a hacer lo que de otra manera no haría. Jesús está diciendo acá que no hagamos este tipo de oración.
No está prohibiendo la intercesión constante que nace de un corazón dependiente de Dios. Él no está prohibiendo la perseverancia y el desarrollo de la fe. Él está prohibiendo un ritual religioso, un mantra, una fórmula que, supuestamente, moverá a Dios a escucharnos.
El contexto de este pasaje es que Jesús está enseñando a orar a sus discípulos para que sus oraciones sean efectivas, y limitar esta oración a un ritual mecánico de repetición es quitarle su profunda riqueza.
Lo primero que debemos hacer al orar es adorar a Dios: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre». Luego debemos pedir que su propósito se cumpla en nuestras vidas y en este mundo: «Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así como en el cielo, también en la tierra».
Luego nos dice que tenemos que pedir humilde y dependientemente la provisión diaria representada en este pasaje por el pan, pero por supuesto, que es referente a todo lo que necesitamos para vivir en este mundo: «el pan nuestro de cada día dánoslo hoy». Juan el Bautista había dicho sabiamente: «No puede el hombre recibir nada si no le fuere dado del cielo» (Juan 3.27).
También nos enseña a entrar a cuentas con Dios diariamente, pidiéndole perdón sincero, con un arrepentimiento profundo de nuestras faltas y pecados. Pero este perdón divino está condicionado a la misericordia que también nosotros tenemos que tener con los que nos han ofendido: «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores».
Nos enseña a orar pidiendo sabiduría para enfrentar las tentaciones. Hoy día la mayoría de las personas caen fácilmente ante la tentación, muchas veces por estar desprevenidas, pero Jesús nos alienta a depender de Dios en discernimiento y sabiduría para no caer en ella.